En su casa no había muchos libros. Los domingos, cuando el padre llegaba con el paquete de periódicos, le saltaba encima para arrebatarle los encartados, que leía durante el día. Fue así que Carolina Lozada se hizo lectora y después escritora. Un oficio que le permite sobreponerse a la desesperanza, y en el que siempre encuentra un puente hacia aquellos años de su niñez.
La resiliencia y la perseverancia parecen ser dos de los rasgos que más han sobresalido en los venezolanos a raíz de la crisis de los últimos años. Muchas son las dificultades que rompen el equilibrio en sus vidas y la estabilidad que lograron construir con trabajo y esfuerzo. También es cierto que ante cada dificultad […]
Ailen Paternina tiene 11 años y vive con su familia en el barrio San Blas de Petare. Durante los primeros meses de la pandemia de covid-19, cuando extrañaba a alguien que le explicara las tareas, comenzó a asistir a Shekinah, la escuelita de tareas dirigidas que fundó su tía Andreína Díaz en el barrio a la que asisten unos 45 estudiantes.
Andreina Gómez vive con dos de sus cuatro hijos en una habitación anexa a la casa de sus padres en el barrio San Blas de Petare. Trabajó limpiando casas de familia en urbanizaciones del sureste de Caracas hasta que sus empleadores se fueron del país. Convencida de que sus hijos deben ir a la universidad, los manda a donde Marlice, una maestra que abrió unas tareas dirigidas allí en el barrio.
Edglis y Yuri fundaron una de las tantas tareas dirigidas que atiende a niños y adolescente en Petare. Queda en el barrio Antonio José de Sucre y le pusieron Semillas de Esperanza, porque confían en que los estudiantes que acuden allí son eso: seres que crecerán, como árboles, si se les brinda la atención debida.
Luego de ganar el 1er premio de un concurso literario auspiciado por Fundacomún, Juan Emilio Rodríguez logró que construyeran una nueva casa para su familia en Petare. Desde entonces él, que solo estudió hasta 6to grado, se ha dedicado a escribir, según dice, con la esperanza de ser recordado como alguien que intentó dejar una […]
Unas hermanas que migraron con incertidumbre, pero con la mirada puesta en un futuro auspicioso. Esas hermanas que, en el camino, descubren que en Buenos Aires, a donde llegaron, había compatriotas deseosos de encontrarse con sus sabores. Una panadería en la que venden cientos de cachitos al día. Esta es la historia de unos venezolanos, como millones alrededor del mundo, ganándose el pan lejos de su país.
Apenas aterrizó en Bogotá junto a su esposo y su hijo, Francis Zambrano se enteró de que estaba embarazada. El plan migratorio familiar comenzó a complicarse cuando el negocio de comida venezolana en el que invirtieron buena parte de sus ahorros fracasó. Angustiados, se les ocurrió una idea para poder mantenerse en la ciudad que, desde que la visitaron años antes como turistas, les pareció idónea para vivir.
Cuando le llegó la descarga hormonal típica de la adolescencia, Elio Guerrero supo que le gustaban los hombres. Prefirió ocultarlo porque sabía que su familia, conservadora como era, no lo aceptaría. Y tenía razón: cuando lo descubrieron, su madre lo llevó a varios centros religiosos con la esperanza de que “curaran” la homosexualidad de su hijo.
Un niño de 8 años que sale por primera vez a unas cortas vacaciones sin su madre. Un hermano que le enseña que, para llegar a la cima de la montaña, aunque se llore en el camino, hay que seguir hasta el final. Ese niño que descubre, lejos de la ciudad, una dimensión diferente de las palabras paz, satisfacción y felicidad.