Sudeban bloqueó las cuentas bancarias de Alimenta la Solidaridad, organización que mantiene 239 comedores en 14 estados del país, en los cuales comen a diario 25 mil niños en situación de riesgo. “Mi sonrisa, Mi esperanza” es uno de los 40 que funcionan en Petare, el barrio más grande de América Latina.
Pedro Pérez comenzó a trabajar en Protinal Proagro en el año 2000, cuando era una industria próspera que al mes producía toneladas de embutidos y pollos. Tiempo después fue testigo de cómo el hambre se instaló en esa empresa de alimentos.
Marimar vive con sus morochos de 11 años y un nieto de 10 meses en Las Bateas de Maurica, un caserío cercano a Barcelona, la capital del estado Anzoátegui, en el oriente venezolano. Con frecuencia se levanta por la mañana sin tener certeza de si comerán algo durante el día.ía.
Luis, un joven veterinario de 29 años, estaba a cargo de la finca de su padre en Chometa, un pueblo del estado llanero de Barinas. El 20 de agosto de agosto de 2020, luego de vender unas reses en Caracas, salió de regreso a casa junto a su amigo Jhon. Pensó que estaba bien acompañado.
Unos niños hambrientos en un salón de clases. Familias indígenas de Delta Amacuro, en el extremo este de Venezuela, que solo comen mangos para rendir la poca comida que tienen. Una pandemia que llega para complicar lo que ya era complicado. Arlys Obdola convirtió su negocio en un programa que intenta paliar la crisis alimentaria que atraviesa el país.
A Fay Ellen Hernández se le murió un hijo por desnutrición y teme que ahora uno de sus nietos, que está bajo de peso, corra la misma suerte. Como los alimentos que recibe cada dos meses en una bolsa CLAP rinden para apenas cinco días, el resto del tiempo ella hace cuanto puede para que en casa nadie se acueste sin comer.
Miranda y Paúl fundaron una organización en Cumaná, en el oriente venezolano, para formar líderes comunitarios. Tres años después se dieron cuenta de que muchos a su alrededor tenían hambre: varios voluntarios habían perdido entre 10 y 15 Kilos. Entonces decidieron hacer algo.
Cuando su padre murió de sida, José Enrique García tenía 13 años y abandonó los estudios para trabajar. Con lo que ganaba, ayudaba a su madre a levantar a sus dos hermanos menores. Ahora vive solo con ellos en La Baldosera, un sector peligroso de San Felipe, estado Yaracuy, en el noroccidente venezolano.
Durante el paro petrolero de 2002, José Gregorio Araujo inauguró un pequeño restaurant familiar de comida italiana en Sabanetas, un pueblo montañoso a las afueras de la ciudad de Trujillo, en Los Andes venezolanos. Luego de 18 años, el negocio tuvo que reinventarse para poder seguir a flote.
Kelly Pottella era todavía una niña cuando su padre la llevó a un museo y le mostró el arte como un camino a seguir. Le compró lienzos y pinturas y ella, después, hizo sus primeros trazos. Más adelante, en una de esas encrucijadas de la vida, tuvo claro el rumbo que debía tomar. Esta historia resultó […]