Lo que soy es un disfraz
Lo que soy es un disfraz
En uno de los cuartos donde mataron a sus hijos y sobrinos en mayo de 2016.
Lo que soy es un disfraz

GLORY TOVAR

50 años

Madre de Darwin Gabriel Rojas Tovar y Carlos Jampier Castro Tovar. Tía de Roswil Ernesto Belisario Tovar y Yohandri Antonio Trujillo Núñez

Cotiza (Caracas) Ene 30, 2018

A Darwin lo parí a los 20 años de edad. Tenía seis años de novia con Héctor y quedé embarazada cuando él estaba prestando servicio en la Marina. Pasé mi barriga con mi familia porque él estaba en Puerto Cabello y venía cada tres meses. Durante el embarazo me enamoré muchísimo de mi hijo. Ya sabía que se iba a llamar Darwin Gabriel.

En siete oportunidades tuve amenazas de aborto y lloraba porque no quería perder a mi bebé. Él había cambiado mi vida: antes me gustaban mucho las fiestas y la playa, todos los fines de semana esa era mi rutina, pero desde el momento que supe que estaba embarazada, me dediqué a estar en mi casa guardando reposo porque yo quería a mi hijo, a pesar de que mi mamá se molestó conmigo porque había salido embarazada. Así estuvo hasta que cumplí cinco meses. Después de ese tiempo fue que empezó a acompañarme a las citas prenatales.

Hasta que llegó el 30 de junio, un día muy especial ya que nació mi negrito. Recuerdo que cuando me lo mostraron yo lloraba de alegría, pero en mi mente dije: “Dios, sí que es feíto”. Pero igual lo amaba porque era mi hijo.

Mi negrito fue cambiando. Se convirtió en un príncipe y siempre fue un niño sano, casi nunca se me enfermó. Siempre fue un buen estudiante. A los 12 años ya tenía novia y a los 17 años ya era papá, y yo feliz porque también me hizo abuela. Le tocó trabajar y lo llevé a una fábrica de costura en donde aprendió a estampar franelas. Ahí duramos cuatro o cinco años, hasta que mi jefe se mudó a otro sitio más lejos y nos retiramos. Ya mi hijo era un hombrecito y buscó trabajo en el Hospital Clínico Universitario, donde estuvo hasta el día de la tragedia. Siempre fue un muchacho bien arreglado, le gustaba vestir bien y usar colonias. Siempre olía rico, era un “negro fachoso”, como yo le decía.

Cuando quedé embarazada de Andreína, Darwin tenía 2 años. Me separé de mi pareja porque no lo soportaba y me mudé a casa de mis padres. Me quedé sola por cuatro años. Luego conocí al papá de Jampier y empecé a salir con él. Al cabo de un año él me dice que quería un hijo y yo le dije que estaba bien, pero el tiempo pasaba y no quedaba embarazada. Ya en el año 95 le habíamos buscado nombre, hasta que en septiembre quedé. Yo ni lo creía, ya tenía 29 años y tuve principio de preeclampsia cuando lo parí, el 10 de junio de 1996.

Jampier era mi bebé deseado, el único que planifiqué. También fue un niño consentido ya que era el primer hijo de Carlos. Así se llamaba mi marido, por eso mi hijo se llamaba Carlos Jampier. Cuando tenía 6 meses convulsionó y así lo hizo hasta que cumplió 6 años. Me lo veían por Neurología y le mandaban su tratamiento. El doctor me decía que a lo mejor iba a ser epiléptico.

Pero la felicidad en mi hogar duró poco. Cuando mi Jampier tenía 2 años y medio, el 24 de diciembre, a las 11:50 de la noche, bajaron unos malandros y les dispararon a muchas personas que estaban en la calle. A todos les dieron tiros en las piernas y mi marido corrió con la mala suerte de que le agarró la vena femoral. Aunque lo llevamos al médico y lo operaron, igual murió.

Yo me quedé sola con mis tres hijos y sentía que el mundo era demasiado grande para mí. En momentos pensé que no iba a poder sacar a mis hijos adelante. Tuve que buscar empleo de costurera. Me tocaba dejarlos solos medio día, a Darwin, de 9 años, y a Andreína, de 7. A Jampier lo cuidaba su abuela paterna.

Cuando Jampier estaba en 4to grado, ya yo vivía en la Avenida Lecuna en un apartamento. Me quedaba con él viernes y sábado, y los domingos lo llevaba de nuevo a casa de su abuela, ya que el colegio le quedaba cerca. Hasta que él me dijo: “Yo quiero vivir contigo todos los días, no nada más los fines de semana”. Le dije que estaba bien. Yo estaba estable dentro de lo que cabe. Recuerdo que la abuela se molestó porque me lo traje a vivir conmigo y con sus hermanos.

A Jampier no le gustaba estudiar. Llegó solo hasta 1er año de bachillerato. Siempre lo cuidamos porque convulsionaba. El doctor me decía que él iba a estudiar hasta donde su mente le diera. Siempre estuvimos pendientes de él porque era el bebé pequeño de la casa, a pesar de que era el más alto. Nunca supo lo que fue una nalgada ni un correazo de ningún hombre, porque nunca nos dio motivo para eso. Lo cuidábamos mucho porque me daba miedo que me le pasara algo en la calle, y tanto cuidarlo de la calle para que me lo mataran en mi propia casa… ¡Qué ironía!

 

Ese día, el miércoles 18 de mayo de 2016, eran como las 10:00 de la mañana. Yo estaba haciendo el desayuno y Darwin se levantó. Le pregunté qué iba a hacer y él me dijo que iba a llevar a la novia a la clínica, y yo le dije “pero ya estoy haciendo el desayuno”. Él me respondió: “Ande pues, está bien. Como, cago y me baño”. En ese momento se levanta Jampier y yo le digo: “Carlos, ese zinc de la sala suena mucho por la brisa”, y él me dijo: “No, mamá, eso es en el cuarto de Darwin”.

Yo le vuelvo a decir que el sonido era en la sala; él se molestó un poquito y entró a su cuarto a ponerse una franela para acomodarlo. Cuando estoy dándole la arepa a Darwin y Jampier se sienta a comer, un policía toca la puerta. Mi hijo Darwin estaba enrollado en una toalla porque se iba a bañar y me dijo, “mami, abre, que está la policía”. Me asomo por una ventana que hay en mi cocina y le digo: “Buenos días, dígame”. El policía me respondió: “Abra la puerta que vamos a hacer una requisa”, y yo fui a abrirle.

  • Por esta escalera subieron los policías. Es la entrada del Barrio Los Lanos, en el límite de San Bernardino y San José de Cotiza, en Caracas.

Cuando este agente terminó de subir las escaleras, aparecieron muchos policías y empezaron a gritar “las mujeres y los niños para afuera”. Nos sacaron, hubo uno que me empujó. Afuera yo empecé a hablar con uno de ellos. Le pregunté que por qué habían venido y él me dijo que eso era normal, que los iban a radiar (se refiere a comunicarse por radio para dar el número de cédula de la persona, para que en la central policial averigüen si está solicitada por algún delito) y que si no tenían nada los dejaban tranquilos. Yo le respondí: “Mis hijos nunca han tenido problemas ni tampoco han estado presos”. También le dije que mi sobrino Roswil había durado dos años preso y tenía un año presentándose y nunca había faltado a su presentación. Andreína llamó a su tía Gladys, la mamá de Roswil, para que se viniera.

Al ratico veo que mi esposo, que se había quedado adentro cuando entraron los agentes, bajó también y le pregunté qué le habían dicho los policías. Me contestó que uno de ellos le dijo que bajara con las mujeres. Cuando él salió dejó a los cuatro muchachos acostados boca abajo en el piso, con las manos atrás. Eran mis dos hijos y mis sobrinos Roswil y Yohandri.

Unos minutos más tarde oí como si discutieran y le dije al policía que tenía al lado: “¿Qué pasa? ¡Déjame subir!”. Él me decía que nos pusiéramos para otro lado. Otros policías empezaron a gritarnos que nos retiráramos a distancia de la casa y yo veía que llegaban más policías. Todos venían en carros de la División de Vehículos del Cicpc.

Vi cómo los policías que estaban adentro de mi casa empezaron a poner sábanas en las ventanas, como si fueran cortinas, para que no se viera desde afuera. Casi todas las casas son de dos y tres pisos, están muy cerca unas de otras, y todo se ve. Pasó un rato y ellos seguían ahí. Yo les rogaba que me dejaran subir y ellos me decían: “No, no, no”. Fue en ese momento cuando oí los disparos.

Eran aproximadamente las 11:00 de la mañana. Me puse como loca a empujar a los policías y les grité: “¡Malditos, me están matando a mis hijos!”. Escuché como 11 disparos… pude sentir cuando mataban a mis hijos. Eran del Cicpc, aunque nosotros les decimos policías. Mi nieto Chamir, que estaba conmigo, me veía desesperada. Él, cuando escuchó los tiros, le decía al policía: “¡Señor, señor, ayúdenos, están matando a mis tíos, están matando a mis tíos!”, y él le respondía: “¡Cállate la boca, córrete para allá!”. A mí me dijo: “¡Señora, póngalo para allá!”. Me mataron a los muchachos e igual me hablaban feo. En eso me desmayé.

Glory Tovar tiene un pequeño altar para sus dos hijos y sus sobrinos en un estante de la casa donde vivió hasta el día del asesinato.

Ya cuando volví en mí, estaba más retirada de la casa, pero igual seguía viéndola. Yo lloraba y les decía que me dejaran pasar, pero ellos me decían que no, que me quedara tranquila, que iba a pasar después. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando volví en mí, ya tenían todo acordonado. Yo les gritaba: “Malditos, ¿por qué no los radiaron, por qué me mataron a mis muchachos?”. ¿Cómo me iba a quedar tranquila si los disparos eran en mi casa y estaban mis hijos adentro?

Hubo un policía que al principio me dijo que no me preocupara, que no iba a pasar nada. Y ese mismo fue el que después me dijo “tú lo que estás es loca”. Loca porque él dizque nunca había hablado conmigo y yo me acordaba de la cara de él, de cómo sostenía la pistola hacia abajo, pegada de la pierna y cómo nos veía… quién sabe qué le estaba pasando por la mente a ese hombre.

No hubo manera de que me dejaran pasar, a pesar de que yo lloraba y se los rogaba.

No fue sino hasta las 5:30 de la tarde que logré por fin pasar hasta la casa. Desde las 10:30 de la mañana estaban en mi casa. Yo creo que a los muchachos los mataron como a las 11:00 de la mañana. Los llevaron al Hospital Vargas para simular que los habían atendido, pero mi hija vio cuando los bajaron envueltos en una sábana. Ya estaban muertos. También los vio mi hermana Gladys, que estaba ahí.

Gladys es la mamá de Roswil. Ella se puso a llorar y se desmayó, mientras un policía le gritaba a mi hija: “¡Pon a tu tía para allá, vale!”. Ellos no tienen ningún tipo de sentimiento, todo les da igual.

Cuando se los llevaron, yo seguía peleando con los policías. Les decía: “Tengo entendido que para ser policía hay que estudiar mucho y pasar muchos exámenes… ¿por qué entonces me mataste a mis muchachos? Yo te creí, te abrí la puerta de mi casa…”. Y ellos se quedaban callados, excepto uno que gritaba: “¡Pongan a esa gente para allá, pongan a esa gente para allá!”. Los demás, unos treinta, estaban todos callados.

Cuando eran la 1:40 de la tarde ya el suceso estaba en las redes sociales. Yo pude ver en una publicación que se llama “Suceso Policial” las fotos de mis hijos muertos. Decía: “El Cicpc mata a cuatro delincuentes en un barrio de Cotiza”. Que Roswil estaba solicitado, que tenía expediente por homicidio, que Yohandri estaba solicitado. Pero de mis dos hijos no decía nada. Todo se lo echaron a Roswil y a Yohandri, pero como yo digo, si eso hubiera sido así, llévatelos. Yo les abrí la puerta de mi casa, yo no estaba ocultando nada.

Roswil y Yohandri tenían como dos meses viviendo en mi casa. Venían de El Cementerio, donde viven mi hermana Gladys y mi papá. Yohandri era también como mi sobrino, era hijo de una amiga y lo conocimos desde niño. Por El Cementerio se estaba metiendo mucho la policía con eso de las OLP (Operaciones de Liberación del Pueblo). Se metían y robaban como hacen todos los policías siempre. Entonces mi hermana Gladys decía que tenía miedo porque todos los que estaban solicitados, los que tenían expediente o habían estado presos, la policía los mataba. Y me pidió que me los llevara para mi casa.

Roswil había estado preso. Él estaba con su papá en un bar. Su papá estaba jugando baraja, truco, esas bromas de señores mayores. Terminó peleando con otro señor y hasta golpes se dieron. Cuando estaban afuera, pasó un motorizado y disparó. Le dio al hijo del señor con el que el papá de Roswil estaba peleando. Duró 21 días hospitalizado en el Clínico, donde trabajábamos nosotros. Veíamos a sus familiares ahí. Si hubieran pensado que había sido nuestro familiar quien le disparó nos hubieran reclamado, pero no. Roswil en ningún momento se fue, porque Roswil no tenía nada que ver. El muchacho muere por una bacteria que agarró en el hospital. Después de eso, pasaron siete meses y es cuando llega la policía a llevarse al papá de Roswil y le preguntaron quién era él, y él dijo: “Ese es mi hijo”. Y se los llevaron a los dos para la cárcel de Tocorón.

Cuando yo subí a la casa vi que había bloques partidos, la sala estaba como si la hubieran forcejeado. Había dos camas, una con su base y las otras eran colchonetas. Porque nosotros decíamos que íbamos a acomodar primero la casa y luego nos ocupábamos de lo de adentro, porque la casa estaba demasiado fea. Los únicos que teníamos cama como tal éramos Darwin y yo. Carlos Jampier tenía un colchón grande en el piso, igual que Andreína. También teníamos un colchón en el piso donde dormían Roswil y Yohandri.

Cuando llego a la sala eso era un charco de sangre. En el cuarto de Darwin la cama se la levantaron. En la foto que yo le saqué a la casa se ve la cama de Darwin levantada y el charco de sangre. Imagino que a él me lo mataron en el cuarto. En mi cuarto mataron a uno, se ve el disparo arriba de mi cama, en el colchón se ve el hueco del proyectil. En el cuarto de Carlos Jampier, el colchón estaba como doblado en dos y se ve el charco de sangre también. En el cuarto donde dormía Andreína con Roswil y Yohandri movieron todos esos colchones, jurungaron todas esas gavetas, todo. Ellos se llevaron toda la ropa. Mi hija tenía un monedero, tenía su plata pues, le quitaron la plata, tres billeticos de dólares, uno, uno y uno, eso se lo llevaron. Me rompieron el pasaporte de mi hijo, se llevaron la comida que tenía en la casa, los zapatos de mis hijos, las chaquetas, relojes, se llevaron las colonias. Yo les compraba a ellos condones, porque tenían muchas novias, para cuidarlos, la caja de condones, un envase así de grande, todo eso se lo llevaron. Las herramientas de mi esposo también. Esos hicieron mercado ahí, se llevaron de todo, hasta el mouse de la computadora también, todo eso nos quitaron de la casa. Nos dejaron sin real. Darwin tenía una gavetica donde tenía sus realitos, cerrada con un candado; se lo volaron y le llevaron la platica también a él. De todo, esos se llevaron de la casa de todo.

Una fotografía tipo carnet de Darwin que se ha desgastado con el tiempo.

Cuando finalmente los vi, me di cuenta de que Darwin era el único que estaba golpeado. Me imagino que lo agarraron por el cuello y le dispararon porque se le ve el tiro así. Ese seguro se defendió aunque fuera con los pies, porque Darwin era buenísimo peleando karate. Pero de nada le sirvió. Igualito me lo mataron. Por eso yo digo que para matarlo le tuvieron que meter una llave y le dispararon, porque mataron a su hermano, pero tuvieron que matarlo a él.  Yo sé que ese no iba a dejar a su hermano mal. Él siempre protegió a Carlos Jampier, ni siquiera quería que trabajara.

Todos los que participaron en el asesinato eran, supuestamente, de la División de vehículos del Cicpc. Ellos hicieron su película. Llamaron a otros policías como refuerzos, quién sabe. Alegaron que los habían matado porque había habido un enfrentamiento. Cambiaron toda la historia. Me quedo loca porque hoy en día veo los expedientes y veo que dicen que se robaron un carro y reconocen a mis hijos.

Ellos tienen que ver que en ese expediente ellos mismos se contradicen. Una señora dice que está llegando a su casa y vienen unos muchachos y la apuntan, y le dicen que les entregue el carro. A la señora le preguntan: “¿Usted les vio la cara?”, y ella responde: “No, porque me dijeron que si levantaba la cara, me disparaban”. Y es ella misma quien va a reconocer los cuatro cuerpos en la morgue de Bello Monte después de que les hicieron el post mortem (la autopsia). En ese momento le preguntaron si esos que estaban ahí eran quienes le habían robado el carro y ella dijo que sí.

También dijeron que los muchachos les habían disparado a los policías.

 

Yo logré llevar a la fiscal a mi casa, aunque estaba renuente. Me puse a pelear el expediente y les dije que tenían que venir a mi casa a hacer la experticia, y la fiscal me dijo: “Para mí este caso está cerrado, porque ellos parece que estaban solicitados, que eran jefes de banda…”. Yo le dije que a mí no me importaba lo que dijera ahí. Que yo quería que ella fuera a mi casa y revisara para que viera qué tipo de enfrentamiento había sido ese, porque todos los impactos de bala, excepto uno que está bajando la escalera, están adentro de mi casa. En mi cuarto, en el cuarto de Darwin, en la sala. Y los muchachos no estaban armados. Roswil y Yohandri tenían dos meses en mi casa y si hubieran estado armados, yo jamás los hubiera tenido ahí, porque hubieran cobrado los míos. Lo que hacían ellos era que los fines de semana jugaban a ganador en los caballos. Ni siquiera fumaban. Nadie puede decir que andaban por ahí realengos.

Me pidieron que llevara testigos y llevé testigos que declararon que no había habido tal enfrentamiento. Una vecina, a quien le preguntaron, dijo que eran unos muchachos bien educados. “El muchacho (Darwin) trabajaba en el hospital”. Le preguntaron si alguna vez lo habían visto con armas de fuego y dijo que no. A los otros muchachos (Roswil y Yohandri) no los conocía porque casi no salían de la casa y cuando salían se iban para su casa en El Cementerio. Nadie puede decir que los vio ni siquiera fumando. Mucho menos con pistolas. Yo no entiendo por qué… Esto me marcó la vida. A veces me acuesto bien y me despierto en la madrugada…

Hoy lo que soy es un disfraz. Me río para no llorar. No le demuestro a la gente mi dolor. Mis hijos me veían como una mujer guerrera y confiaban mucho en mí. De verdad nunca me imaginé que esos animales me los iban a matar. Juro por Dios que primero tenían que haberme matado a mí. A mis hijos nunca les gustaba que yo estuviera triste y menos llorando, pero cuando me quedo sola en la casa siento mucha rabia conmigo misma porque me dejé sacar de la casa ese día.

Me duele lo que siento. Me duele pensar lo que ellos sintieron al no poder ayudarse el uno al otro. Me duele cada vez que cocino y sé que ellos no comerán. Me duele todo, y lloro a escondidas para que mi hija no se sienta mal. Me conformo con ir dos o tres veces a la semana al cementerio, pero esta es mi peor pesadilla. Nunca me he portado mal en la vida para que yo pasara por este trago tan amargo. Hoy en día ni puedo estar en la casa que mi hijo me compró con tanto sacrificio, y hoy en día estoy sin mis hijos y arrimada en casa de mi papá, donde tengo que aguantar cosas porque mis nietos le fastidian.

Lo que espero es que se haga justicia para lavar el nombre de mis hijos.

Glory Tovar escribió esta historia con el acompañamiento de la escritora Carolina Jaimes Branger. Las fotografías y videos son de Fabiola Ferrero. La participación de Glory Tovar en este proyecto fue posible gracias al apoyo del Comité de Familiares de las Víctimas (Cofavic).

Notas explicativas

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