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Es un mantra que Alí no se cansa de repetir

Marcela Ojeda | 25 jul 2020 |
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En noviembre de 2011, Alí Hernández armó una parranda navideña con unos 17 niños y jóvenes de Guatanquire, el pueblo del municipio Bruzual, estado Yaracuy, en el que nació. Fue el punto de partida de una iniciativa que transformaría a la comunidad.

Fotografías: Álbum Familiar

 

Alí observa el cuatro que está colgado muy alto en una de las paredes de ese recinto vedado para él que es el cuarto de sus padres. Ellos han puesto el instrumento muy alto, justamente, para protegerlo de sus manos curiosas. Apenas tiene 5 años, pero él logra arreglárselas para llegar a las cuerdas y hacerlas sonar. El sonido le produce mucha emoción. Tanta, que nunca olvidaría ese episodio íntimo que fue, según recuerda ahora a sus 43 años, su primer acercamiento a la música: su primer paso en un camino de sonidos que marcaría no solo su vida, sino la de Guatanquire, su pueblo.

Guatanquire es una de las poblaciones más antiguas y grandes de Chivacoa, en el municipio Bruzual del estado Yaracuy, en el noroccidente venezolano. Guatanquire, en la lengua de los indígenas caquetíos, significa tierra alta. Cuando el río Yaracuy crecía, los habitantes se resguardaban en la zona más alta, es decir, en Guatanquire. De allí el nombre de la comunidad. En la Avenida 4, un día de febrero de 1977, con la ayuda de una veterana partera, nació Alí, uno de los 9 hijos que tendrían Jesús María Hernández y Celina Álvarez.

Después de aquel furtivo rasgueo del cuatro en la habitación de sus padres, un primo que vivía en la cuadra le enseñó a tocar la mandolina. El niño fue creciendo y con él sus deseos de hacer música. Cuando llegó al Colegio Santa María a cursar la primaria, se incorporó a los grupos musicales de la institución. Y mucho después, cuando ingresó a estudiar ingeniería electrónica, comenzó a formar parte de la estudiantina de la Universidad Nacional Experimental Politécnica Antonio José de Sucre, y de la Orquesta Típica Experimental Andrés Eloy Blanco.

Como también le apasionaba enseñar lo que sabía, se dedicaba a dar clases. En noviembre de 2011 era profesor de música en el Colegio Santa María, donde había estudiado años antes. Por eso, la señora María Rumbos, una vecina de la Avenida 4 que lo conocía bien, le pidió que le diera clases particulares a los nietos de su hermana, que estaban a su cargo.

—Se acerca diciembre y así podemos hacer una parranda con ellos —le dijo.

Él se animó. Ese mismo mes comenzó a ensayar con ellos. Los encuentros llamaban la atención de los vecinos y, poco a poco, se fueron uniendo otros niños. Terminaron siendo unos 17 parranderos. Practicaban en los patios y porches de las casas de los vecinos. A veces se iba la luz o comenzaba a llover, pero ellos continuaban: Alí les enseñó que ni la oscuridad ni la lluvia eran razones para abandonar. Si llovía se refugiaban dentro de las casas, y si se iba la luz… en realidad no la necesitaban para seguir.

Además de su trabajo como profesor de música, Alí es almacenista en la Fundición Yaracuy. Manipulando unos pesados martillos industriales, uno le cayó en su mano izquierda, fracturándole un dedo y cortándole la piel de otro. Tuvieron que operarlo e inmovilizarle el dedo roto. El reposo sobrevenido, sin embargo, no lo detuvo: aprovechó el tiempo para seguir alistando detalles para la parranda.

En eso estaba cuando la señora María Rumbos falleció por complicaciones de la diabetes que padecía. Por respeto a la doña, Alí quiso suspender los ensayos; pero los vecinos y familiares no lo permitieron: si María quería que sus niños tocaran y cantaran en Navidad, así lo harían. Y ese sonido sería el mejor homenaje para ella.

 

—¡Fuego al cañón, fuego al cañón, para que respeten nuestro parrandón!

Las calles de Guatanquire se llenaron de alegría navideña. El grupo, entonando las canciones, recorría las casas de los parranderos, en las que el pesebre ya debía estar montado. La gente se animó, el pueblo terminó siendo una fiesta que repitieron el año siguiente, en diciembre de 2012. Los niños hicieron más presentaciones e incluso los entrevistaron en una televisora local. Y en enero, cuando terminaron la temporada con la Paradura del Niño, le preguntaron a Alí:

—¿Cuándo vamos a cantar otra vez?

—Dentro de un año más o menos.

—¿Un año? ¡Eso es demasiado tiempo!

Fue tanta la insistencia que Alí decidió continuar trabajando con los pequeños en la sala de su casa. Comenzó a darles clases de cuatro y guitarra. Y pronto se le ocurrió una idea: que aquellos encuentros se convirtieran, más bien, en un proyecto formal. Necesitaba recursos para, por ejemplo, comprar instrumentos. Así que se dispuso a pedir ayuda a distintos organismos. Le exigían que su iniciativa estuviera registrada como entidad jurídica. Maryelith Merlo, una abogada que lo apoyaba, se encargó de ese trámite. Y así fue como el 30 de septiembre de 2013 nació la Fundación Cultural Guatanquire.

 

“Está prohibido decir no puedo”.

Es como un mantra que Alí no se cansa de repetir a los niños en la fundación.

—Decir “no puedo” debilita, nos hace incapaces —les insiste mientras les enseña cómo deben sostener el cuatro o la guitarra.

Y quizá lo dice consciente de lo que ha logrado, de lo que ha constatado con la experiencia. Al cabo de 7 años, la Fundación Cultural Guatanquire es el centro de una intensa actividad cultural que reúne a la comunidad. Aunque la música sigue siendo el principal foco, allí también se imparten clases de danza, teatro, idiomas, manualidades y cocina. Hay un club de lectura. E impulsan jornadas de limpieza, expoventas, encuentros deportivos y de juegos tradicionales. Participan personas de toda Chivacoa y el municipio Bruzual.

En 2014, una banda de delincuentes comenzó a meterse en las casas a robar. Una vez entraron a la fundación, por el techo, y se llevaron algunos instrumentos, unos candados y un ventilador. Los vecinos, liderados por Alí, comenzaron a reunirse para hacer algo, porque no podían permitir que la situación se normalizara. Lo que más les inquietaba era la participación de algunos muchachos de la comunidad en esos robos.

Con la ayuda de la policía, la alcaldía y la Organización Nacional Antidrogas, crearon grupos de Whatsapp, mejoraron la iluminación de las calles, y se repartieron pitos y sirenas para que los hicieran sonar si advertían algún robo. La estrategia funcionó porque frustraron algunos.

En aquellas reuniones vecinales, Alí repetía que los jóvenes sospechosos de andar en malos pasos debían involucrarse en las actividades de la Fundación Cultural Guatanquire. Algunos vecinos consideraban que no era buena idea, que eran “mala semilla” y podían influir negativamente en el resto. Él, sin embargo, hizo caso omiso.

Y fue así como atrajo a Víctor, un adolescente de la etnia yukpa que estaba descarriado y arrastraba a otros muchachos del sector.

—Yo te enseño piano y tú me enseñas a hablar yukpa —le propuso.

Víctor aceptó. Al principio la dinámica con él no fue fácil, pero luego de un tiempo, el joven se convirtió en otro: empezó a estudiar en las noches hasta que se graduó de bachiller.

Alí no deja de recordarlo. Y cuando se siente desesperanzado o superado por las circunstancias, piensa en casos como el de Víctor. O toma su mandolina o su guitarra y toca algunos acordes.

“Está prohibido decir no puedo”, se repite.


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.

 

Marcela Ojeda

Soy Comunicadora Social de la UCAB, he sido reportera y guionista. Actualmente trabajo como consultora de Comunicaciones Organizacionales y desde hace un tiempo doy clases en la Escuela de Comunicación Social de la UCAB. #SemilleroDeNarradores
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