Como si se tratara de un animal que arrastra todo a su paso, la crisis humanitaria venezolana parece haber ido resquebrajando los cimientos de la sociedad. La cotidianidad de los ciudadanos se ha convertido en un camino lleno de desafíos e incertidumbre. Desde llenar la alacena, hasta ir al hospital y comprar medicinas. La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, en su informe publicado en julio de 2019, así como en sus posteriores actualizaciones, señaló al Estado venezolano de incumplir sus obligaciones para evitar que la población pase hambre y muera a causa de la falta de medicinas, insumos y atención médica.
No hay datos oficiales que permitan entender la hondura de la debacle. El régimen dejó de publicar estadísticas de interés público. Por ello, organizaciones no gubernamentales y asociaciones civiles se han dado a la tarea de levantar registros que ofrezcan luces sobre el panorama. La plataforma Hum Venezuela estima que 94 por ciento de la población no tiene recursos para adquirir la canasta de alimentos y de servicios. Entre 2016 y 2017, 64 por ciento había perdido en promedio 11 kilogramos de peso corporal. La desnutrición aguda, entre 2016 y 2018, fue alarmante en niños y embarazadas de zonas pobres. En 2018, 33 por ciento de los niños con edades entre 0 y 2 años en sectores más vulnerables presentaron retardo en el crecimiento, un indicio de que podrían tener una afectación irreversible en sus vidas.
Venezuela figura en el Informe Mundial de Crisis Alimentarias como la cuarta crisis alimentaria en el mundo, luego de que en marzo de 2019 entrara en la lista de países con necesidades de asistencia alimentaria de la FAO.
Esa es solo una de las aristas de la crisis. La situación en la salud pública no es muy distinta. Quienes acuden a los hospitales, se encuentran con un sistema minado de fallas: escasez de medicamentos e insumos médicos, deficiencia en los servicios públicos y de infraestructura, y déficit de personal especializado. Esto es parte de lo que concluye la Encuesta Nacional de Hospitales de 2019. De acuerdo con Hum Venezuela, en el período que va de 2012 a 2017, se perdió 60 por ciento en la capacidad de atención médica del sistema de salud pública. En 2018, 18 millones 700 mil personas con patologías de mayor prevalencia, incidencia y mortalidad no tuvieron acceso a diagnósticos ni tratamientos. Las muertes infantiles aumentaron en 30 por ciento entre 2015 y 2016.
Cada cifra es una pieza de un rompecabezas que va dibujando la imagen de un país desmoronado.
Pero es un rompecabezas al que le faltan piezas.
En medio de la crisis, muchas personas se han organizado para tenderles la mano a otras. Sin contar con muchos recursos, han impulsado iniciativas cuyo único combustible es la solidaridad. Y es allí donde pusimos el foco para desarrollar esta serie que publicamos entre febrero de 2019 y junio de 2020: siete historias que dan cuenta de cómo, al fragor de la devastación, persiste en los ciudadanos un espíritu de resiliencia que permite que florezca la empatía.
Provenientes de diversos rincones del país, algunos de los protagonistas de estos relatos son personas que han enfermado; otros son parientes de alguien que estuvo enfermo; y otros son médicos que conocen de cerca los padecimientos de quienes acuden a los hospitales para recobrar la salud. Todos tienen en común que están trabajando en soluciones, que si bien no son estructurales, suman voluntades e impactan en el entorno inmediato. Son un aliciente para quienes solo sienten muy de cerca el abandono del Estado. Son piezas que hay que tener en cuenta para entender un país que le hace frente a la adversidad.