Camino al colegio, Gabriel Moncada, de entonces 11 años, se sorprendió al ver a varias personas sacando restos de comida de un basurero para comérselos. Era la Venezuela de 2016. A partir de entonces, comenzó a hacerse consciente del país en crisis en el que vivía. Y a dibujarlo, desde su genuina mirada personal.
Ailen Paternina tiene 11 años y vive con su familia en el barrio San Blas de Petare. Durante los primeros meses de la pandemia de covid-19, cuando extrañaba a alguien que le explicara las tareas, comenzó a asistir a Shekinah, la escuelita de tareas dirigidas que fundó su tía Andreína Díaz en el barrio a la que asisten unos 45 estudiantes.
Andreina Gómez vive con dos de sus cuatro hijos en una habitación anexa a la casa de sus padres en el barrio San Blas de Petare. Trabajó limpiando casas de familia en urbanizaciones del sureste de Caracas hasta que sus empleadores se fueron del país. Convencida de que sus hijos deben ir a la universidad, los manda a donde Marlice, una maestra que abrió unas tareas dirigidas allí en el barrio.
Edglis y Yuri fundaron una de las tantas tareas dirigidas que atiende a niños y adolescente en Petare. Queda en el barrio Antonio José de Sucre y le pusieron Semillas de Esperanza, porque confían en que los estudiantes que acuden allí son eso: seres que crecerán, como árboles, si se les brinda la atención debida.
Luego de ganar el 1er premio de un concurso literario auspiciado por Fundacomún, Juan Emilio Rodríguez logró que construyeran una nueva casa para su familia en Petare. Desde entonces él, que solo estudió hasta 6to grado, se ha dedicado a escribir, según dice, con la esperanza de ser recordado como alguien que intentó dejar una […]
Cuando le llegó la descarga hormonal típica de la adolescencia, Elio Guerrero supo que le gustaban los hombres. Prefirió ocultarlo porque sabía que su familia, conservadora como era, no lo aceptaría. Y tenía razón: cuando lo descubrieron, su madre lo llevó a varios centros religiosos con la esperanza de que “curaran” la homosexualidad de su hijo.
Montserrat Pérez, de 64 años, vive con 14 perros y 24 gatos que atiende con esmero. Hace 13 años se lanzó de un vehículo en el que intentaban secuestrarla, y sufrió múltiples fracturas en las piernas. Desde entonces camina con dificultad. Eso no le impide salir a diario, empujando un coche de bebé, a darle de comer a más animales de la calle.
Fernanda Espinasa migró en 2014. Aunque evitaba reencontrarse con Venezuela, lo hizo finalmente para cumplir con el deseo de su padre de que sus cenizas descansaran en el Ávila, la enorme montaña que separa a Caracas del mar. Fue un viaje físico y emocional que le permitió ahondar en sus raíces.
Mytha Cordido quería ser abogada, pero su madre se encargó de inscribirla en la carrera de educación en la Universidad de Carabobo. Aunque al principio estaba frustrada, en las aulas descubrió que tenía vocación para ser docente.
María Corina Muskus, abogada egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, quería estudiar una maestría en la American University, en Washington. Vendió todo lo que pudo para pagar la parte de la matrícula que no cubría la beca que obtuvo.