Harta de la rutina, la periodista Adriana Herrera renunció a su trabajo de oficina para dedicarse a viajar, escribir y vivir de eso. Desde aquel día de 2010, viajó mucho, ligera y con poco presupuesto. Siempre volvía a Caracas, su ciudad, segura de que era su lugar. Pero en 2019, en medio de un recorrido por Europa, comenzó a imaginarse en Madrid, desde donde, entre lágrimas, escribió este texto para La Vida de Nos.
Unas hermanas que migraron con incertidumbre, pero con la mirada puesta en un futuro auspicioso. Esas hermanas que, en el camino, descubren que en Buenos Aires, a donde llegaron, había compatriotas deseosos de encontrarse con sus sabores. Una panadería en la que venden cientos de cachitos al día. Esta es la historia de unos venezolanos, como millones alrededor del mundo, ganándose el pan lejos de su país.
Apenas aterrizó en Bogotá junto a su esposo y su hijo, Francis Zambrano se enteró de que estaba embarazada. El plan migratorio familiar comenzó a complicarse cuando el negocio de comida venezolana en el que invirtieron buena parte de sus ahorros fracasó. Angustiados, se les ocurrió una idea para poder mantenerse en la ciudad que, desde que la visitaron años antes como turistas, les pareció idónea para vivir.
A sus 8 años, Eloi Yagüe Jarque salió de Valencia, España, y llegó —el 19 de abril de 1965— a La Guaira, Venezuela. Luego de cinco décadas en las que hizo una vida aquí —se convirtió en periodista, profesor universitario y escritor— retornó a sus raíces buscando juntar los fragmentos que necesitaba de ese espejo opaco que es la memoria.
Luego de una prolífica carrera en Venezuela, Álvaro Paiva-Bimbo —guitarrista, compositor y arreglista— llegó a Los Ángeles con el deseo de entrar a la industria del cine. Luego de no pocos tropiezos, surgió una oportunidad que parecía irreal: lo contrataron como compositor de la película Encanto, de Disney. La misma que luego ganó dos Oscars, uno de ellos a la Mejor Banda Sonora.
A Venezuela, de donde en los últimos años han migrado más de 33 mil médicos en medio de una severa crisis humanitaria, llegó el doctor colombiano David Forero con la ilusión de especializarse, cosa que en su país parecía imposible. Con 24 años, aterrizó en Ciudad Bolívar, en enero de 2016. Seis años después, se empeña en formar nuevas generaciones como una forma de agradecer la acogida que recibió.
Fernanda Espinasa migró en 2014. Aunque evitaba reencontrarse con Venezuela, lo hizo finalmente para cumplir con el deseo de su padre de que sus cenizas descansaran en el Ávila, la enorme montaña que separa a Caracas del mar. Fue un viaje físico y emocional que le permitió ahondar en sus raíces.
María Corina Muskus, abogada egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, quería estudiar una maestría en la American University, en Washington. Vendió todo lo que pudo para pagar la parte de la matrícula que no cubría la beca que obtuvo.
Vive en una casa enorme en Las Piedras de Cocollar, un pueblo del sur del estado Sucre, en el oriente venezolano, donde quería envejecer junto a sus familiares. Pero, con el paso del tiempo, algunos murieron y otros migraron.
Al llegar a España, a donde migró al terminar su carrera de letras, José Miguel Ferrer tuvo la ilusión de volver a escribir y así reencontrarse con su vocación de escritor.