Montserrat Pérez, de 64 años, vive con 14 perros y 24 gatos que atiende con esmero. Hace 13 años se lanzó de un vehículo en el que intentaban secuestrarla, y sufrió múltiples fracturas en las piernas. Desde entonces camina con dificultad. Eso no le impide salir a diario, empujando un coche de bebé, a darle de comer a más animales de la calle. El fotógrafo Álvaro Hernández Angola la acompañó para contar esta historia.
FOTOGRAFÍAS: ÁLVARO HERNÁNDEZ ANGOLA
Es frecuente que a Montserrat Pérez le dejen perros y gatos famélicos, sin dueño, para que ella los adopte. Todo el mundo en Barinas, una calurosa ciudad de Los Llanos venezolanos, sabe que es incapaz de dejar a un animal desprotegido. A sus 64 años, vive sola en la casa que heredó de su padre.
“Sola” es una imprecisión: con ella viven 14 perros y 24 gatos.
Monserrat se levanta muy temprano a cocinar verduras con vísceras para alimentarlos. Después de que comen, sale a la calle caminando con dificultad. Va empujando con esfuerzo un coche de bebé en el que lleva el alimento para los animales de la calle: todos los días recorre la misma ruta para darles de comer.
Los perros y gatos parecen reconocerla: corren a su encuentro, mueven la cola. Dan la impresión de estar contentos.
Y ella, definitivamente, también lo está.
Catalana, hija de catalanes, Montserrat Pérez llegó a Venezuela con sus padres cuando aún era muy niña. Su padre era un hombre agradable, querendón, culto y sensible que fundó la Bonanova, la primera librería de Barinas. Consentía a su hija y la apoyaba cada vez que llegaba a casa con un animalito que se había encontrado en la calle. Aprendió a aceptarlos. Tanto, que los tenía como miembros de la familia.
Al morir su padre, ella se hizo cargo de la librería. Con las ganancias, compraba alimentos, vacunas. Pagaba esterilizaciones. Atendía la salud de los que se enfermaban. Llegó a comprar quimioterapias para unos a los que les dio cáncer y a costear operaciones que requerían.
Y no solo usaba los ingresos de la librería. Como quería ocuparse cada vez de más animales, se le ocurrió crear una organización para captar donaciones: la llamó Fundación Protectora de los Animales de Barinas (Funproba).
Pero no todo en esta historia es color de rosas.
Un día, a comienzos de 2009, un hombre armado abordó a Montserrat cuando estaba por entrar en su camioneta. La empujó hacia el interior del vehículo y se la llevó. Montserrat se dio cuenta de que estaba siendo secuestrada. Se puso muy nerviosa. Recordó cómo se habían llevado al padre de una amiga de su infancia y el sufrimiento que supuso para familiares y amigos cuando, aun después de pagar el rescate, el señor nunca apareció. En esos años hubo en Barinas una ola de secuestros que terminó con decenas de personas desaparecidas de las que jamás se tuvo más noticias. Se rumoraba que era de una banda de asesinos llamada el Sindicato de la Construcción, que operaban con el apoyo del gobierno regional.
Montserrat, aterrada, pensaba que iban a llevarla a un lugar lejos de la ciudad y la tendrían en cautiverio mientras extorsionaban a su familia. Por eso, se lanzó del vehículo en movimiento. Al caer en el asfalto, una de las ruedas traseras de la camioneta pasó por encima de sus piernas, ocasionándole numerosas fracturas en distintas partes del cuerpo.
El secuestrador huyó a toda prisa y ella quedó allí tendida, medio muerta.
Estuvo en cama durante todo un año.
Sus familiares sacaron a todos los animales que pudieron de su casa mientras ella se recuperaba. Y Montserrat tuvo que vender la librería de su padre para poder cubrir sus gastos médicos. Hasta que decidió que, aunque su recuperación no era completa, debía levantarse de la cama: ¿su motivación?, volver a atender a los animales.
Aunque se casó, nunca tuvo hijos. En su soledad, siente que atender animales le da sentido a su vida.
Pudo recuperar su camioneta después del intento de secuestro. Pero no siempre la usaba, pues los repuestos eran muy costosos o no los conseguía en el mercado. Además, estaba el desabastecimiento de la gasolina. En diversas ocasiones pasó largas horas, incluso días enteros, haciendo cola en las estaciones de servicio para llenar el tanque.
Así que, desde entonces, prefiere salir a la calle a pie para hacer el recorrido diario, empujando el coche con el alimento para perros y gatos. Camina con dificultad porque no se recuperó bien de las fracturas.
A pesar de sus propias complicaciones de salud, Montserrat no deja de salir. En los últimos años, la pandemia de covid-19 y la diáspora acentuaron el abandono de mascotas. Algunas personas, debido a la crisis económica, no podían mantenerlos y los han echado a la calle.
Muchos de los que conocen su labor le avisan cuando se enteran de algún animal que sufre malos tratos, o que está abandonado o enfermo. Cada mañana, al despertar, lo primero que hace Montserrat es pedir a Dios para que sus donantes sigan aportando a la fundación.
Cuando Montserrat regresa a su casa, luego de su jornada, se dedica a limpiar. Después, si no está demasiado cansada, lee algún libro. Así reposa las dolencias del cuerpo y recarga energías para preparase para la próxima jornada.
Aunque al final del día se siente muy agotada, ella sabe que sus animales la esperan. Y esa es una razón suficiente para levantarse cada mañana.