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Como había vaticinado en aquella frutería

Johanna Osorio Herrera | 16 dic 2023 |
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Apenas 8 por ciento de quienes dirigen orquestas son mujeres. A Glass Marcano su maestro le entregó la batuta, y así comenzó un trepidante camino que la llevó a convertirse, en 2023, en la primera mujer latinoamericana en dirigir la Filarmónica de Bruselas. Con esta historia nos despedimos hasta 2024. 

FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR

Philharmonie de París, Parc de la Villette, Francia:

Glass Marcano dirige una orquesta en el concurso La Maestra. Es venezolana, tiene 24 años. Por momentos, sus manos se mueven con ligereza, como brisa que eleva una hoja por los aires; pero en otros, lo hacen con la energía de un rayo. En cada gesto, mueve su cuerpo y parece que la música la posee, y que ella posee a quienes la ven. Las ondas musicales podrían haber moldeado este salón de conciertos de amplios balcones amarillos que parece haber sido silueteado por la batuta de tantos y tantos directores que han pasado por aquí. 

Casa de Glass Marcano, municipio Independencia del estado Yaracuy, centro-occidente venezolano:

Familiares, amigos y vecinos están reunidos, viendo el televisor más grande de la casa, que movieron desde un cuarto hasta la sala para que pudieran acomodarse todos alrededor. Buscaron la transmisión por internet desde un celular, y se las arreglaron para que se viera en la pantalla del artefacto. De ese modo acompañan a Glass, que está a más de 7 mil 700 kilómetros. 

Gritan, rezan, sonríen. 

La presentación de Glass es espectacular, comentan entre ellos. 

Esperan que el resultado sea positivo, están seguros de que así será. 

¿Cómo alguien podría no emocionarse ante el espectáculo que está dando esa venezolana? 

Apenas termina la presentación, un joven yaracuyano residente en París —a quien Glass conoció apenas llegó a Francia, y desde entonces la ha acompañado y la ha ayudado a comunicarse, pues no habla muy bien francés— llama por teléfono con una noticia:

—¡Glass pasó a la semifinal! 

Celebran juntos, como aquella tarde lejana en la que, a sus 4 años, dio su primer concierto de violín.

Glass era una niña inquieta, muy curiosa, que siempre quería participar en todas las actividades del preescolar. Por eso, cuando le dijeron a su mamá que fundarían la orquesta preinfantil Manuel Rodríguez Cárdenas, a la mujer le pareció una buena idea inscribirla a ella y a su otra hija para que tuvieran una actividad en la que pudieran canalizar tanta energía. 

Las llevaba a estudiar en la mañana, las buscaba al mediodía, les servía el almuerzo, las bañaba y las llevaba de regreso al colegio, para las clases de lenguaje musical, que eran de 2:00 a 4:00 de la tarde. Como los niños aún no sabían leer ni escribir, les enseñaban las notas musicales asociándolas con colores: la era un color, mi era otro color, sido… y para lograr que en casa pudieran reforzar el conocimiento musical, sus papás debían asistir a lo que llamaban la “Orquesta para padres”, donde aprendían lo mismo que los pequeños.

Cuando más tarde llegó la hora de asignar los instrumentos, a Angely, más alta y de brazos más largos, le entregaron una viola; y a Glass, más pequeña, un violín.

Tanto las niñas como sus padres se entusiasmaron en esta nueva dinámica llena de sonidos. 

Siempre, de lunes a viernes, iban a la orquesta.

Una vez, exhibieron el resultado de esos primeros aprendizajes en el antiguo Teatro Andrés Bello, el más emblemático de Yaracuy. Lesbia, su madre, las peinó y vistió para la ocasión; quería que fueran las niñas más bellas del concierto. Y con su papá, tías, primas, amigos y vecinos fueron a aplaudirlas. Cuando las vio tocar, a Lesbia se le puso la piel de gallina.

Como ahora, mientras la ve, tan lejos de casa, dirigiendo una orquesta. 

Los años pasaban mientras las niñas avanzaban en su formación musical. Mamá y papá premiaban su compromiso con helados y pizzas después de cada concierto. Glass tenía 8 años cuando ascendió de la orquesta preinfantil a la infantil, y entró al Conservatorio de Música Blanca Estrella de Mescoli. 

Tanto ella como su hermana veían clases de lenguaje musical, luego asistían a lecciones individuales con su instrumento y cursaban práctica orquestal. Al llegar al último año de primaria, Glass entró a la orquesta juvenil de Yaracuy y así comenzó a formar parte de El Sistema Nacional de Orquestas, un enorme conglomerado de agrupaciones en el que se forman músicos de todas partes del país.

Se paraba de madrugada, estudiaba para el colegio, hacía ejercicios e iba al liceo. Al volver, se bañaba, almorzaba y se iba a ensayar en la orquesta Juventud Yaracuyana, de 2:00 a 4:00 de la tarde; después a las clases de violín, de 4:00 a 6:00 de la tarde; y luego a la Orquesta Sinfónica, de 6:00 a 8:00 de la noche. 

Volvía a casa, cenaba, hacía sus tareas. 

A veces salía con amigos, quienes como ella tenían la música como un asunto central en sus vidas. De tanto en tanto, se iba de gira, tocaba en conciertos. Así transcurría su adolescencia.

Tenía unos 16 o 17 años cuando, en medio de una presentación en Yaracuy, comenzó a detallar los movimientos del director, Diego Guzmán. Era un hombre bueno, generoso y disciplinado que sabía ser un líder. En aquel concierto, interpretaban la Décima sinfonía de Shostakóvich. Guzmán transmitía mucha energía mientras movía su batuta dirigiendo a la orquesta. Cuando marcó la entrada de las trompetas, su rostro se transformó: estaba extasiado.

Ese gesto, ese estado de ensoñación, impactó a Glass, que lo miraba desde el otro lado, tocando su violín. Y cuando llegó a su casa, le habló a su mamá sobre esa escena: sobre ese gesto, sobre esa energía, sobre esa emoción… Entonces se imaginó a sí misma en ese lugar, haciendo sonar a la orquesta solo con el movimiento de sus brazos. Fue ese momento, ese pequeño instante, en el que su vida comenzó a moverse, literalmente, en otra dirección. 

Todos cantaban, se ponían de pie, bailaban. 

¡Maaaaambo! 

La Orquesta Sinfónica estaba en Tunja, Colombia. Glass disfrutaba particularmente esta pieza: “Mambo”, de Bernstein, de West Side Story. Era la última del concierto. Apenas terminó, en medio de la algarabía, llegó al primer atril y se encontró de frente con Diego, el director. Se vieron, y aunque él no conocía de su interés en dirigir —al menos no porque ella le hubiese contado— sí sabía de su ímpetu, de su liderazgo, de su talento.

Y Guzmán hizo algo que la Glass adolescente, ahora con inquietudes sobre su destino musical, no olvidaría: le entregó la batuta y recibió su violín. 

Fue una suerte de confirmación de que el camino que estaba comenzando a andar era correcto. 

Pasaron un par de años. Ahora era 2015. Como otros jóvenes de su pueblo, al graduarse de bachiller, Glass se mudó a Caracas para estudiar en la universidad. Se inscribió en la Escuela de Derecho de la Universidad Central de Venezuela (UCV), por insistencia de su madre —quien, aunque la apoyaba, quería que su muchacha tuviera una alternativa a la música—. Pero estos estudios no harían que se alejara de los escenarios. Más bien, estando en la ciudad, empezó a abordar a maestros que admiraba para que la enseñaran a dirigir orquestas.

Tocó muchas puertas hasta que una se abrió: la de la maestra Teresa Hernández, responsable de la Cátedra de Dirección de Orquesta de El Sistema, quien más adelante le abriría otras tantas. Un año después, aparte de derecho, Glass cursaba dirección orquestal en la Universidad Nacional Experimental de las Artes, ahora guiada también por Alfredo Rugeles, miembro de número y fundador del Colegio de Compositores Latinoamericanos de Música de Arte.

Su talento dio frutos rápidamente.

En 2018 fue nombrada directora de la Orquesta Sinfónica Juvenil del Conservatorio Simón Bolívar. En 2019, fue directora itinerante, y tomó la batuta en conciertos con las Orquestas Juventud Barloventeña, Regional Antonio José de Sucre, Sinfónica de Aragua, Sinfónica de la Juventud Yaracuyana, Sinfónica Juvenil de Valencia, Sinfónica de Carabobo, Sinfónica de Mérida y la Orquesta Metropolitana del Oeste. En marzo de ese año, se sintió lista para dar el siguiente paso:

—Mami, siento que estoy preparada para ir a concursos.

Para quien dirige orquestas, los concursos ofrecen visibilidad, reconocimiento y la oportunidad de conocer a otros directores, de aprender de ellos. Un día, estando en Caracas, camino al conservatorio, escribió en Google: “Concurso de dirección de orquesta”. Bajó y bajó, y encontró un link que le cambió la vida: era una página que hablaba de La Maestra. 

Es un concurso creado en 2019, entre la Filarmónica de París y la Orquesta Mozart de París, para destacar las carreras de las mejores directoras jóvenes del mundo, en un contexto en el que —según un estudio encargado por los organizadores de La Maestra— las mujeres representan solo el 8 por ciento de los directores de orquesta.

Se imaginó yendo, compitiendo, ganando. 

Debía enviar un video con su postulación, y hacer un pago de 150 euros. Glass no los tenía. ¿Cómo podría reunir esa cantidad de dinero? Era marzo, el período de aplicación terminaba en agosto. Cuando quedaban tres semanas para el fin de la convocatoria, Glass decidió pedir ayuda a familiares y amigos. Recibió un aporte, otro más, y pronto logró recaudar el monto.

Una vez con el dinero, se postuló y un día de octubre, mientras iba rumbo al salón de piano del conservatorio, le llegó la respuesta: entre 220 solicitudes, el comité la había seleccionado por unanimidad. 

Sería una de las 12 directoras —de las cuales solo tres eran latinas— que asistirían a La Maestra, por su “auténtico carisma, gran energía, conocimiento real de las partituras y obviamente, ritmo corporal”.

En marzo de 2020 competiría en París. 

De nuevo, familiares y amigos que había hecho en la música y en su carrera de derecho abrieron campañas de recolección de dinero para que tuviera cómo pagar sus gastos en Francia. 

Su mamá viajó hasta Caracas para ayudarle a empacar las maletas y despedirla antes de su vuelo, que era el 13 de marzo.

Pero por el mismo aeropuerto por el que saldría llegó un virus que la aislaría a ella y a todos: el 13 de marzo declararon el confinamiento en Venezuela. La pandemia de covid-19 obligó a los organizadores a posponer el concurso hasta septiembre de ese año. Glass debió volver a su pueblo en Yaracuy.

Se acercaba el mes de septiembre y, aunque en otros países se habían reanudado vuelos, en Venezuela solo se permitían vuelos humanitarios.

—Hija, si te toca irte para otro país para poder viajar, te irás —le recomendó su madre.

Mientras llegaba el momento, Glass vendía frutas en el negocio familiar, en Yaracuy, para reunir dinero adicional para los trajes que llevaría a Francia. Lo hacía con el entusiasmo que la caracterizaba dentro y fuera del escenario.

—Pronto voy a ir a París, me voy a quedar en Europa, y seré una gran directora, y usted podrá decir que lo atendí en esta frutería —bromeaba con los clientes.

Pero ese viaje estaba en veremos. En Venezuela nada que se reactivaban los vuelos. En medio de la incertidumbre, ella contactó a los organizadores para contarles de las dificultades que tenía para llegar a Francia. Ellos hicieron las gestiones necesarias para que le permitieran a la joven directora viajar en un vuelo humanitario hacia España, desde donde podría tomar otro hasta París. 

Con ese itinerario, aunque no hablaba muy bien francés, Glass Marcano se fue a Francia, su primer viaje internacional, a medirse con las mejores directoras jóvenes del mundo. 

Durante la semana del concurso, fue guiada y recibió consejos de otras maestras y directoras. Cuando llegó el día de la primera eliminatoria, Glass tomó la batuta e hizo lo que había soñado durante meses. Bastaron pocos minutos en el podio para que ella y la Orquesta de París se acoplaran. 

No hablaban el mismo idioma pero sí la misma melodía.

En casa, todos pegados frente a la televisión, conmovidos, emocionados, sentían cada nota.

En esta primera ronda, avanzaron a la semifinal 6 de las 12 directoras, entre ellas Glass. 

En casa celebraron. 

Más adelante, Glass no logró avanzar a la final. Y pensó que haber llegado hasta allí había sido más que una victoria. Pero esta historia no había concluido. En la ceremonia de premiación, Glass fue llamada al escenario para recibir un diploma. Por su poco dominio del francés, pensó que se trataba de un certificado de participación. Pero la directora colombiana, Lina Gonzalez-Granados, ganadora del 3er lugar del concurso, le dijo emocionada: 

—¡Glass, acabas de recibir el Premio de la Orquesta, esto es muy importante!

Tenía razón. Ese galardón, otorgado por los miembros de la Orquesta Mozart de París, le garantizaba a Glass el apoyo que necesitaba para estudiar en París.

Nomás pudo, llamó a su mamá y le dio la noticia:

—Mamá, no clasifiqué a la final, pero creo que me quedo aquí.

—Bueno, hija, las oportunidades son así, se dan una sola vez y hay que apoderarse de ellas.

Glass, en efecto, se quedó en Francia, desde donde terminó virtualmente las dos materias que le quedaban para graduarse de abogado. Se matriculó en dirección orquestal del Conservatoire à rayonnement régional de París y fue invitada por una de las fundadoras de La Maestra a dirigir una serie de conciertos con la Orquesta Mozart.

Debutó en febrero de 2021 con la Orchestre de la region Centre-Val de Loire en el Grand Théâtre de Tours, como la primera mujer negra en dirigir una orquesta sinfónica en Francia. Fue contratada como asistente de reconocidos directores franceses. Empezó una gira europea y se convirtió, en junio de 2023, en la primera mujer latinoamericana en dirigir la Filarmónica de Bruselas. 

Y ahora, vive allí, en Bruselas, como había vaticinado en aquella frutería.

Johanna Osorio Herrera

Jugaba a ser reportera desde que aprendí a leer. Luego, coqueteé en mi imaginación con cinco profesiones más. Pero la vida me quería periodista. Lo supe a los 12 años. Nací el día que empecé a cubrir deporte menor y las comunidades me enamoraron. Ahora aprendo a contar sus historias.
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