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Deberán explicar por qué están con su abuela

May 12, 2020

Gladys Mora vive en el sector Villa Bahía de Puerto Ordaz, en el sur de Venezuela, junto a sus nietas Daniela y Sofía. Desde que se hizo cargo de ellas, hace cuanto puede para que estudien. Las trabas burocráticas que ha encontrado no han mellado su entereza.

Ilustraciones: Carlos Machado 

 

Gladys Mora quedó muda —cosa por demás difícil, tratándose de ella— cuando la maestra le dijo que no podía inscribir a Sofía, su nieta de 8 años, en 3er grado. Aunque la maestra la conoce y sabe que ella se hace cargo de la niña, le dijo que debía ir a la Defensoría del Niño, Niña y Adolescente, porque la autorización que le dejó la mamá de Sofía había caducado.Y cuando más tarde fue a inscribir en 1er año de bachillerato a Daniela —otra de sus nietas, de 14 años— le dijeron algo similar: no podía hacer el trámite porque estaba en mora con el documento de autorización que le habían pedido desde que la muchacha comenzó el 6to grado, el año anterior.

Frustrada, regresó a su casa con los requisitos en las manos. Era julio de 2019.

A sus 55 años, Gladys tiene 10 nietos. La mayoría de ellos está en La Guaira. Solo Sofía y Daniela viven con ella en su casa de Puerto Ordaz, en el sur de Venezuela. Se esmera cuidándolas. Y se ocupa de que se alimenten, se vistan, vayan a la escuela. Por eso, cuando le dijeron que no podía inscribirlas porque no tenía una autorización, sintió que de pronto estaban echando por tierra su esfuerzo y sus sacrificios.

 

A Gladys la polio le dejó una peculiar cadencia al caminar. La enfermedad, que padeció en su infancia, afectó el desarrollo de su pierna izquierda, que es más delgada de la rodilla hacia abajo. El pie también es pequeño y está ladeado. Por eso ella cojea. Sin embargo, muestra siempre una gran entereza y camina derecha como una vara. Tiene el cabello largo y siempre impecable, habla con tono fuerte, como quien está acostumbrado a dar órdenes. 

Desde 2007 vive en Puerto Ordaz. Se mudó luego de pasar casi toda su vida en Catia La Mar, en el estado La Guaira. Lo hizo buscando nuevas oportunidades de trabajo y mejores condiciones de vida para sus hijos. Y al cabo de 13 años allí, había convertido su rancho de lata en una casa con tres habitaciones, baño, cocina, sala-comedor y un inmenso patio delantero lleno de árboles frutales.

Sofía está con Gladys desde 2011, cuando era apenas una bebé. 

Daniela vive en su casa desde 2018.

Y las atiende siempre con el recuerdo de una enseñanza que su difunta madre le dejó: por muy pobre que sea una familia, los niños tienen que vivir su infancia.

—Ahorita, por ejemplo, a ellas les toca estudiar, entonces hay que buscar la forma de que no dejen de ir a la escuela —dice. 

La hija mayor de Gladys se separó del papá de sus dos hijas, Daniela y Elizabeth, y se unió a otra pareja. El nuevo marido tuvo problemas con las niñas, por lo que se vieron obligadas a irse con su padre a Maracay. Pero el hombre se había ido a Colombia y las dejó solas allá. Solas en una casa propia pero vacía, sin comida ni apoyo de nadie. Entonces las hermanas, desesperadas, se devolvieron a La Guaira caminando. Hicieron algunos trayectos largos a pie —la mayor parte del recorrido— y otros pidiendo a los conductores que las llevasen. Sabían que debían mantenerse por la autopista todo el tiempo y qué dirección tomar. 

Tenían 14 y 12 años.

Apenas la abuela se enteró, comenzó a tratar de ubicarlas. A distancia activó a la familia y así fue como supo que Elizabeth había desaparecido. Le dijeron que se fue a Colombia, pero nadie tiene certeza de qué ocurrió con ella. También le contaron que Daniela deambulaba sola por las calles de La Guaira. Así que la mandó buscar con una de sus hijas para que la llevara a Puerto Ordaz. Luego la mamá retomaría la comunicación con Daniela, pero nunca le envió dinero para ayudar con sus gastos.

El caso de Sofía es diferente. Separada de su pareja, cuando aún la niña estaba muy pequeña, Eugenia decidió irse de Ciudad Guayana a La Guaira a procurarse una vida diferente para ambas. Pero allá Sofía se enfermó. Tenía una erupción en la piel y lo primero que pensó la abuela fue que la mamá no la cuidaba bien. Por eso la mandó buscar con la misma hija que años más tarde buscaría a Daniela.

Apenas se recuperó, Sofía regresó a La Guaira. Pero resultó que era alérgica al yodo. La brisa marina la enfermaba. Entonces decidieron que la niña se quedase en Puerto Ordaz con la abuela. La madre le renovaba a la abuela cada seis meses el permiso para que pudiera viajar con Sofía y cuando empezó a ir al preescolar la podía representar.

En 2018, Eugenia decidió irse a trabajar a Perú con su actual pareja. Esperan ahorrar y regresar a finales de 2020, si todo sale como lo planificaron. Desde Perú están pendientes de ayudar económicamente a Gladys, pero se fueron sin prever las dificultades que ella enfrentaría para ser la representante legal de la niña.

 

Aquel día de 2019 en que no logró inscribir a sus nietas, en el colegio le indicaron lo que debía hacer.

Se fue a la Defensoría del Niño, Niña y Adolescente a solicitar una autorización para inscribirlas en el año escolar 2019-2020. Sofía y Daniela empezaron tarde las clases —a mediados de octubre— porque hacer el trámite para conseguir esa autorización llevó casi tres meses.

Le explicaron que para poder ser la representante de sus nietas debía obtener la colocación familiar. Es lo que le permite encargarse legalmente de la crianza de sus nietas.

Con determinación y paciencia ha ido y venido con carpetas de papeles haciendo trámites para la colocación familiar. Madruga. El dinero que tiene para la comida y el pasaje lo usa sacando copias. Recibe reclamos y malos tratos de parte de funcionarios públicos que, en lugar de facilitar el proceso y ser solidarios, le ponen trabas y malas caras.

Gladys comenzó el proceso de reunir los requisitos en la oficina de la Lopnna en San Félix, ciudad vecina a Puerto Ordaz. Luego siguieron visitas a la prefectura, buscar la constancia de residencia, conseguir firmas y copias de cédula de identidad de los integrantes del Consejo Comunal de Villa Bahía, sector donde vive.

Tuvo que preparar cuatro carpetas —dos por cada nieta—, en las que además debía incluir copias de la cédula de identidad de Gladys y de sus hijas, las partidas de nacimiento de las madres de las niñas y de las propias niñas. Ella entregó las cuatro carpetas y le devolvieron dos con sellos de recibido, que son sus comprobantes del trámite que adelanta.

La lista de documentos se enumera con pocas palabras, pero no ha sido fácil para Gladys. En especial porque para obtener un solo documento tuvo que ir a varias oficinas públicas, o varias veces a la misma. Debe madrugar para conseguir uno de los limitados cupos para que la atiendan. Se somete a rigurosas revisiones frente a funcionarios malhumorados. Le devuelven los papeles por algún problema con las firmas o los sellos.

Tres meses después, le dieron el visto bueno a las carpetas y la remitieron ahora a la oficina de la Fiscalía del Niño, Niña y Adolescente. 

 

—Me ha costado mucho, pero ahí están las niñas estudiando. Si me paro pierdo—repite como un mantra.

A mitad de febrero logró entregar las cuatro carpetas con los documentos en la Fiscalía para iniciar formalmente por fin— el proceso de solicitud de colocación familiar.

Pero todavía les queda un trecho por recorrer. 

Ahora Gladys y las niñas se preparan para la audiencia ante un juez. Sofía y Daniela deberán explicar por qué están con su abuela, contar cómo las trata y confirmar que quieren estar con ella. Gladys no tiene idea de cuándo será la audiencia y una vez que cumplan con ese paso tendrá que esperar entre tres meses y dos años por el veredicto de la Fiscalía.

Ha conversado con las niñas sobre la audiencia. Les dice que nada de llantos ni susto, que no digan mentiras. Y si no quieren quedarse con ella, que lo digan.

Si le aprueban la colocación familiar, podrá viajar con sus nietas dentro del país, tramitar la cédula para la mayor e inscribirlas en los centros educativos, hasta que sus padres vuelvan a hacerse cargo de ellas.

—Tanto muchachito solo que han dejado en las calles o con los vecinos y nadie se ocupa de ellos… Pero a mí, que lucho para que mis nietas tengan un mejor futuro, me han pedido hasta la partida de nacimiento de mi abuelo.

No duda que aprobarán su solicitud. Seguro logrará mantener a sus nietas dentro del sistema legal y educativo del país. Así como también conseguirá su pensión del seguro social sin pagar gestores, o abrirá la cuenta bancaria que necesita para que su hija le envíe dólares desde Perú y no tengan que pagar comisión para que se los cambien y le depositen bolívares.

El día que entregó las carpetas en la Fiscalía, mientras se tomaba un café con una vecina, dijo: 

—El doctor me explicó que, mientras me responden el papel, me van a entregar el permiso temporal de la Lopnna para representar a las muchachas, sacarle la cédula a Daniela y al fin viajar a La Guaira sin problemas para ver a mi viejo. ¡Que se tarden lo que quieran…!

Se le notaba triunfante, tenía una sonrisa inmensa. 

 

* Los nombres de los personajes de esta historia han sido modificados para proteger sus identidades.


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.

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Soy, puedo, tengo y estoy. Me gusta caminar descalza. Soy periodista y lo volvería a ser. Disfruto cocinar, conversar y tomar café con amigos. Amo a mis padres y honro a mis ancestros porque gracias a ellos soy, puedo, tengo y estoy. #SemilleroDeNarradores

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