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Niñez dejada atrás: despedidas

Martha Viaña Pulido | 29 may 2018 |
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Adriano (8 años) tiene dos años que no ve a su padre. Su tío, quien se convirtió para él en su figura paterna, también emigró, al igual que su tía. Mientras tanto, juega en la categoría sub-10 de fútbol y sueña con el día en que participará en un mundial con la Vinotinto.


Ilustración de portada: Rosana Faría

 

Varios cambios a la vez

—Juan se fue un viernes de octubre, a finales de 2016. Me llamó con la noticia de que se iba del país, rumbo a Suramérica, y quería despedirse del niño. Fui a buscarlo al colegio y lo llevé al centro comercial donde lo esperaba. Allí se quedaron a solas, y Adriano me dijo que compraron unos dulces y estuvo un poco más de una hora con él. Lo abrazó y se dio la vuelta. Le dijo que en un año se verían de nuevo. Y ya en el carro, de regreso a la casa, estalló en llanto.

Es lo que cuenta su madre, pero Adriano no puede precisar cuándo vio a su papá por última vez. Tampoco sabe dónde está, no puede imaginarlo, no lo puede dibujar.

Tenía 6 años cuando todo cambió rápidamente para él.

Su papá se acababa de ir. Su mamá y él comenzaron a vivir solos, como nunca antes en sus vidas. Dejaban atrás la casa de su familia materna en Guarenas, donde él había crecido rodeado del amor de sus dos tíos y sus abuelos, luego de que sus padres se separaron. A esto se sumó que comenzaba el 1er grado en un colegio con un ambiente hostil; tanto así que por primera vez se fue a los golpes con otro niño y su mamá tuvo que  buscar otra escuela.

Fue el inicio de una nueva vida a marcha forzada.

 

Las dos despedidas

Los papás de Adriano se separaron cuando él tenía 1 año y medio. Las visitas al comienzo eran las de un padre pendiente de su hijito, pero luego los encuentros se fueron volviendo más distantes. Cada 15 días y a veces más.

La segunda despedida fue cuando el padre se marchó por tierra rumbo a Uruguay, y en el camino se quedó en Manaos, Brasil. Él es ingeniero de sistemas y allí trabaja, al parecer, en una ensambladora de teléfonos. Es el lugar que Adriano no puede imaginar. Ni siquiera quiere pensar en ello.

—La última vez que hablé con él fue por Skype, creo que hace unos días. Él me pregunta cómo estoy, cómo está el colegio y el fútbol. A él le va bien, no sé en qué trabaja, eso sí no lo sé. Los dos cumplimos en agosto y dijo que venía en vacaciones… ¿Sabes que a mi papá no le gustan los helados?

Adriano mantuvo el entusiasmo y la ilusión de que su padre vendría al año siguiente de su partida, pero esto no sucedió ni ese año ni los cuatro que han pasado desde entonces.

El año pasado la maestra llamó a su mamá para decirle que el niño no quería hacer la tarjeta del Día del Padre. No entendía cómo siendo tan cariñoso y respetuoso se mostraba tan molesto ante la invitación. La maestra le insistió y le dijo que podía enviarle la tarjeta por Whatsaap.

Tenía un traje y una corbata, que armó al revés y de mala gana:

Bendición papá, cuando te vi por primera sentí que ibas a estar con mi mamá para siempre y por qué no viniste hace un año.

Una familia diferente

Ariana es comunicadora social. Corre de su trabajo para cumplir, de la mejor manera que puede, con las actividades de su hijo. La principal es el fútbol. El niño es parte del Sub-10 nacional y eso le permite cada sábado pensar en grande, en el día en que participará en un mundial con la Vinotinto.

Se divierten jugando wii y se distribuyen pequeñas tareas en el hogar. Adriano se encarga de guardar la ropa, una vez seca, y acompaña a su mamá mientras le cocina su pasta favorita, la de carne con salsa rosada.

—Siempre insisto para que se comuniquen. Le explico que su papá a lo mejor lo extraña, que quiere hablar con él. Aunque no le dejó ningún recuerdo, él se llevó su franelita de la Vinotinto. Adriano se volvió loco buscándola. Sorpresivamente, el año pasado, él le envió una franela de su equipo favorito, el Barsa.

El papá paga las mensualidades del colegio desde que el niño empezó 3er grado. Pero a Ariana siempre le queda el temor de que un día diga que no podrá seguir haciéndolo.

—Mi papá es el mayor, qué casualidad, mi mamá es la mayor también. Yo jugaba fútbol con mi papá, en el mismo pasillo que jugaba con mi tío. Todos vivíamos en Guarenas. Había una carretera donde no pasaban autos. Pusimos unas piedras y construimos una cancha larguísima. Un día le gané 20 a 19. Un gol, que creo que era el 18, me lo metió totalmente en la esquina.

Un nuevo vacío

La de su padre no ha sido la única despedida.

—Yo soy igualito a mi tío. Siempre jugaba conmigo en la computadora. Él me enseñó muchos juegos. Me acuerdo de uno en el que él pichaba y yo bateaba. Yo dormía con él cuando vivíamos en casa de los abuelos.

Ese tío, con 31 años recién cumplidos, partió a Chile en agosto de 2017. Y tres meses antes, su tía menor había hecho lo mismo a República Dominicana.

—Mi tío me hace más falta. Nos encanta comer. Mi mamá pregunta dónde se nos va la comida a mi tío y a mí, somos así de flacos.

En su cuarto, Adriano muestra sus álbumes de los mundiales de fútbol y comienza a jugar con una pelotita de plástico amarillo que pateaba con ese tío que hoy extraña. Trata de jugar con el futbolito que le regaló su mamá, pero ahora le hace falta el contrincante.

Salta y dice que mejor hace un árbol genealógico de su familia. Al rato baja la cabeza como si siguiera sus recuerdos con una mirada triste. Vuelve al dibujo y deja claro que su mamá y su tío son las personas más importantes para él. Decide colocarles sus colores favoritos en los retratos.

—De mi tío es el azul oscuro y, el del abuelo, azul claro. De mi papá es el verde… Aquí voy a hacer… mis abuelos por parte de papá tuvieron tres hijos… esta va a ser mi mamá y aquí va mi papá. Mi tío tiene barba pero no sé cómo hacerla.

En diciembre de 2017, Adriano dejó escrito su deseo en un sobre al pie del arbolito. Le pidió al Niño Jesús un celular para hablar todos los días con su tío. Su mamá no podía comprárselo, así que tuvo que revelarle quién en realidad traía los regalos de Navidad. Y él tuvo que conformarse con el teléfono viejito de su mamá.

Adriano sabe algunas cosas de Chile. Lo primero es que hace frío y mucho. Sabe también que allá está un youtuber, que es uno de sus favoritos: Germán Garmendia. De pronto corre a buscar su diccionario para señalar los países a donde se fue su familia. La mejor forma que encuentra es dibujar las banderas en el orden en que se fueron: primero su papá, luego su tía y, por último, su tío.

—Se fueron por cómo está el país. Bueno, mi tía se fue por la situación. Mi tío se fue con el mismo trabajo pero en Chile. Mi papá no sé por qué se fue.

Termina su árbol familiar colocando una línea delgada al borde del tronco con unos puntitos imperceptibles.

—Las hormigas suben por el azúcar. Para nosotros sería como piedras dificilísimas de subir. Las hormigas no son como nosotros, nosotros nos pegamos de una a la pared, ellas se pegan y suben.


Esta historia pertenece al microsite Niñez dejada atrás, desarrollado en alianza con el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap).


Esta historia está incluida en el libro Semillas a la deriva, la infancia y la adolescencia en un país devastado (edición conjunta de Cecodap y La vida de nos).

Con su compra en Amazon Ud. colabora con la importante labor que lleva a cabo Cecodap.

Martha Viaña Pulido

Periodista y fotógrafa. De mis papás, Julio y Juanita, viene la cercanía a las letras y a la imagen. Intento contar historias cotidianas y explorar las diferentes caras de la vida en la ciudad contemporánea a través de la fotonarrativa. Al mismo tiempo, de día, hago periodismo institucional.
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