Inspira a un amigo

Recibir/dar ayuda

Sé también protagonista

Historias similares

Sus armas eran un cuaderno y un lápiz

Dic 02, 2017

Adrián Rodríguez no hará la Primera Comunión ni volverá a jugar fútbol y nunca será policía, como soñaba. Lo mató un “francotirador”. El 30 de julio de 2017 fue asesinado de un disparo en la cabeza, cuando observaba una manifestación de rechazo a la Constituyente. Fue la décima víctima de ese día. Acababa de cumplir los 13 años.  La historia de ese trágico día la cuenta el narrador Oscar Marcano.

Ilustraciones: Ana Black

 

Un francotirador es “un soldado experto en tareas de camuflaje y tirador de élite que dispara con un arma a grandes distancias a objetivos seleccionados. Típica e idealmente, un francotirador se acerca al enemigo (que desconoce su presencia), utiliza una o dos balas por cada blanco y se retira sin ser visto”.

Tal vez el asesino de Adrián Rodríguez no cumpla estrictamente con estos requisitos. Tal vez francotirador solo fuese el apelativo que encontraron unos vecinos inermes para designar al efectivo que con un arma de guerra le voló la cabeza a un niño de 13 años en las inmediaciones de su propia escuela.

Fue en el marco de las elecciones de la cuestionada Asamblea Constituyente, un proceso que se saltó 70 de los pasos regulares que garantizan la integridad de una elección y que fue desconocida por al menos 40 países. La gente salió a protestar y comenzaron a reprimir. Adrián no estaba en la protesta.

Pese a que los testigos del hecho sostienen que fue un efectivo del Plan República quien disparó desde el techo de la escuela, reporteros locales aseguran que las autoridades aún no han identificado al responsable por la muerte de Adrián. El caso lo lleva la Fiscalía 16.

 

Adrián era un adolescente tranquilo, amante del fútbol. Nació el 5 de junio de 2004 y era el menor de un grupo de seis hermanos. Hijo de José Rodríguez, latonero, y Noraima Sánchez, de labores del hogar, vivía en Colinas de Bello Monte, un barrio popular de Capacho Viejo, pueblo ubicado en la vía a San Antonio del Táchira, a poco más de 30 kilómetros de la frontera con Colombia.

Para llegar a la casa verde, de paredes moradas y sofás rojos hay que subir más de cien escalones por una loma que deja ver unos amplios pastizales. Capacho fue fundado en 1602 y destruido por un terremoto en 1875. Tras el desastre natural, sus pobladores se refugiaron en una finca vecina, desde donde lo reconstruyeron. En Capacho nació Cipriano Castro, el célebre “cabito”, caudillo y presidente de Venezuela desde 1899 hasta 1908, quien diera inicio a la llamada hegemonía andina que duraría hasta 1945.

Adrián salía poco y era introvertido. Visitar a los abuelos, jugar al fútbol con sus primos y mirar las comiquitas eran sus pasatiempos. Aún no confesaba que le gustase alguna niña pero sí las panquecas. Le encantaban. Era un niño “al que había que sacarle las palabras”, refiere su madre.

Acababa de terminar el sexto grado y estaba muy emocionado. Cuenta su padre que el día que iba a tomarse la foto para inscribirse en primer año, se puso la chemise azul del ciclo básico. “Se paró al lado mío y me dijo: ‘Mire viejo, ¿cómo me veo?’. Yo le dije: ‘Le queda bien pacho’. Yo le decía así por molestar. ‘Pero hay que plancharle la camisa’, le dije, y me respondió que no, que él se la iba a llevar así. Eso fue en junio, recién salido de vacaciones”.

Los sábados iba a clases de catecismo en la iglesia. En diciembre haría la Primera Comunión. Su tío Acevedo Rodríguez, hermano de José, era quien más lo consentía. Todas las mañanas lo llevaba en su camioneta al colegio, la Escuela Bolivariana Libertad. En la tarde, Adrián lo acompañaba a hacer diligencias.

Quería ser policía. PTJ para más señas, cuenta su padre. Del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas. “Yo le decía que si quería ser PTJ tenía que estudiar y no dejarse caer en ningún año. Y que ojalá Dios me diera vida y licencia para verlo graduarse de PTJ”.

Era acuerpado, alto y había participado en atletismo. En sexto grado lo llevaron a correr a Rubio. “Cuando estaba en cuarto grado —explica su padre— hubo competencia de ciclismo y ahí también lo llevaron. Quedó en segundo lugar. También sembraba. En la escuela hacían huertos y a él esas cosas le gustaban”.

 

Ese domingo temprano, Adrián se levantó y visitó a sus abuelos. Luego acompañó al tío a buscar a Noraima al mercado. De regreso desayunó en familia y volvió donde los abuelos. A la 1:00 salió a dar una vuelta por el pueblo.

Él no era compinchero dice Noraima. Precisamente ese día no sé por qué le dio por salir. Él nunca había estado en protestas ni salía para la calle. Si estaba ese día en la escuela era por curiosidad.

Según varios vecinos, grupos opositores habían comenzado a concentrarse en las inmediaciones de la Escuela Bolivariana Libertad al mediodía, en protesta contra la constituyente madurista. Efectivos militares que se encontraban en el techo de la instalación educativa hacían señales de burla. Los ánimos se caldeaban. Cerca de las 2:00 de la tarde algunos manifestantes lanzaron un mortero hacia la escuela, a lo que los militares respondieron con disparos. En medio de ese ataque cayó Adrián, con un tiro en la cabeza. Se hallaba a más de 100 metros.

Luego de la muerte de Adrián cuenta José, el que disparó seguía provocando a los manifestantes: alzaba el fusil diciéndoles que vinieran.

José no estuvo presente. Se lo contaron los vecinos.

—Estábamos con los abuelos cuando llegaron con la noticia de que le habían disparado a alguien de la casa —refiere la madre—. Un sobrino de José subió, miró, y se dio cuenta de que era el niño y vino y trajo la noticia.

No lo podían creer. Su hijo menor, el más retraído, el que nunca salía, había sido la víctima. Corrieron al sitio y lo encontraron tendido en la acera, junto a una cerca de malla ciclón.

No sé por qué ese hombre hizo eso lamenta José. No sé si él no pensó en ese momento que él seguramente también tiene hijos. Mató a un niño y él, esa persona que mató a Adrián, seguro no duerme tranquilo por lo que hizo.

La contraparte echó a rodar rumores. Que Adrián pertenecía a una banda. Que había muerto en un ajuste de cuentas. Que tenía armas.

—Sus armas eran un cuaderno y un lápiz —dice José.

Pese a que los testigos sostienen que el autor fue un efectivo del Plan República, aún no hay un responsable identificado. El padre ha hablado varias veces con la fiscal 16, pero no le ha dicho nada específico, “si fue un efectivo del Ejército, del Plan República ni nada”.

 

Con investigación de Manuel Roa.


Esta historia forma parte de la serie Eran solo niños, desarrollada en alianza con el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap) y el apoyo de El Pitazo


Esta historia está incluida en el libro Semillas a la deriva, la infancia y la adolescencia en un país devastado (edición conjunta de Cecodap y La vida de nos).

Con su compra en Amazon Ud. colabora con la importante labor que lleva a cabo Cecodap.

5321 Lecturas

Siempre tuve la certeza de que el azar jugaba a hacernos creer que operaba, cuando en realidad era causalidad pura. Desde entonces escribo, jugando a juntar piezas de su rompecabezas, remedando acaso a quien nos juega.

    Mis redes sociales:

Ver comentarios

Un Comentario sobre;

  1. Pingback: La vida de nos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *