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Un deseo unánime convertido en grito espontáneo

Mar 06, 2019

El 1ro de marzo, el presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, estuvo en Buenos Aires, como parte de una gira por varias naciones de la región. Allí, mientras protagonizaba un encuentro en la Cancillería argentina, una multitud de venezolanos se agolpó en la plaza San Martín con intención de verlo. Esta es la historia de ese encuentro.

Fotografías: Oswaldo Avendaño

 

La información se confirmó pasado el mediodía: Juan Guaidó se reunirá con el presidente Mauricio Macri y luego le hablará a los migrantes venezolanos en Buenos Aires. Se esperaba que, como parte de su gira por Latinoamérica, el presidente encargado de Venezuela visitara Argentina, pero la previsión era que tocara suelo austral el sábado 2 de marzo, y no el viernes 1ro, como lo hizo. Se creía que estaría todo el día en Paraguay con motivo de su encuentro con el presidente Mario Abdo Benítez, así que la voz se corrió rápidamente.

El mensaje que circulaba por redes sociales y cadenas de Whatsapp anunciaba que la concentración sería a las 7:00 de la noche, en la icónica Plaza San Martín, declarada lugar histórico de Buenos Aires por el parlamento de esa nación. En ese sitio, el general San Martín, prócer de Argentina y uno de los libertadores de América, luchó victorioso contra la segunda invasión inglesa en territorio austral. Es un lugar que recorren diariamente los transeúntes que caminan para adentrarse en el corazón de la Capital Federal, mientras la enorme imagen de bronce de José de San Martín, la primera escultura ecuestre de Argentina, los observa desde las alturas.

Durante toda la tarde de ese día se escuchaban en las calles porteñas conversaciones cargadas de emoción entre venezolanos. En el subte y en los autobuses se oía más o menos lo mismo: “¡Nuestro presidente viene, lo acaban de informar!”; “Después que hable con Macri, Guaidó va a hablar en la Plaza San Martín, ¿vamos?”; “Juan Guaidó estará en la Plaza San Martín a las 7:00, ¡vamos a verlo!”.

Al frente, y en los alrededores del también conocido Palacio de Anchorena, se había desplegado un operativo de seguridad de los que se estilan para la visita de primeros mandatarios. Al menos 100 efectivos de seguridad se podían ver por todo el perímetro de la Cancillería argentina y en las cercanías de la Plaza San Martín, apostados en las esquinas o patrullando en vehículos, luciendo sus uniformes negros. Mientras, en la entrada del palacio, ya estaba delimitado el espacio al que solo podían ingresar personas autorizadas, pues los uniformados marcaban el límite del tránsito permitido.

Aunque la cita de los migrantes con el presidente que reconocen como legítimo estaba pautada para las 7:00, ya desde las 6:00 había personas esperándolo sentadas en la plaza, justo a las afueras del palacio que funge como sede ceremonial de la Cancillería. De a pocos y en grupo comenzaron a congregarse en el límite de seguridad dispuesto. El sitio era estratégico en cuanto a movilidad. La Plaza San Martín es uno de esos lugares de Buenos Aires a los que se puede acceder desde distintas rutas de autobuses, en subte viajando dentro de la línea C o caminando tres cuadras desde la estación de tren de Retiro.

La lejanía no sería pretexto para dejar plantado a Guaidó.

Desde el interior de la edificación diplomática se podían identificar, a través de sus ventanas, gorras con el tricolor venezolano, pancartas con mensajes de apoyo a Guaidó y banderas —grandes y pequeñas— que llenaban la plaza de colorido.

Y así se fue colmando el lugar hasta que unos carros negros estacionándose, el movimiento de los funcionarios de seguridad, las enormes puertas doradas del palacio abriéndose y los gritos de furor de los venezolanos indicaron que Juan Guaidó ya había llegado a la cita en el edificio diplomático. Se hacía de noche. El ocaso fue testigo del momento en el que, efectivamente, bajó del vehículo que lo trasladaba y saludó brevemente a la multitud que lo esperaba.  

En uno de los salones de la Cancillería ya estaban los medios de comunicación convocados a la rueda de prensa que ofrecería antes de dirigirse a la comunidad que representa en la actualidad la más importante ola inmigratoria en esa nación.

Antes de llegar al Palacio San Martín, Guaidó había sostenido un encuentro, de no más de 45 minutos, con Mauricio Macri en la residencia presidencial de Olivos, a las afueras de Buenos Aires. Desde allí se trasladó para acudir al encuentro con sus connacionales en el centro de la capital bonaerense. Lo hizo en helicóptero para acortar las distancias y el tiempo, pues normalmente en auto se tardaría cerca de hora y media en llegar hasta el Palacio San Martín.

Las cámaras estaban preparadas para grabar y transmitir el mensaje que traía. Una vez que ingresó al salón, los flashes y los obturadores de las cámaras se mezclaron con el murmullo y los aplausos de quienes lo esperaban.

Guaidó entró acompañado por su esposa, Fabiana Rosales, así como por el canciller de Argentina, el abogado Jorge Faurie; la designada diplomática de su gobierno interino, Elisa Trotta; el presidente de la comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional venezolana, Francisco Sucre, y el ex secretario de la AN, Roberto Marrero. La comitiva se sentó mientras el diplomático argentino lo escoltó hasta donde estaba el podio con el micrófono. Se paró frente a las cámaras y habló a los periodistas presentes.

Luego de ese encuentro venía, ahora sí, lo que afuera tantos esperaban. Ya era de noche. Una clara noche de verano con el cielo despejado. En el ambiente flotaba una emoción contenida.

Juan Guaidó bajó las escaleras y atravesó el enorme umbral que estaba abierto de par en par para que saliera al encuentro con la multitud, la cual comenzó a gritar eufórica cuando distinguió que había movimiento dentro del palacio.

Las cornetas estaban listas, el audio había sido calibrado. El público aguardaba.

—¡Guaidó, Guaidó, Guaidó! —gritaba la gente al unísono.

—¡Guaidó, Guaidó, Guaidó! —era el grito a coro de hombres y mujeres que abandonaron su terruño para radicarse en una tierra extranjera, dejando atrás a sus familiares, profesiones y estabilidad.

—¡Guaidó, Guaidó, Guaidó! —expresaban niños que no entendían de política, pero que sí sentían la euforia del momento y replicaban la felicidad de sus padres.

El político guaireño se presentó con un sencillo traje negro, una camisa blanca de vestir, una corbata grisácea de entramados y un broche pequeño con la bandera de Venezuela prendido en la solapa del lado del corazón. A su lado estaba su esposa mientras un círculo de seguridad rodeaba la tarima en donde estaba el atril con un micrófono.

Los venezolanos lo esperaban con los celulares en alto para registrar el momento. La plaza, que ocupa cerca de tres manzanas, estaba abarrotada con más de 2 mil personas que se reunieron para escuchar esa voz que los sumaba a ese ambiente que se sentía en las calles de las ciudades de Venezuela.

Su mensaje fue claro, conciso.

Les repitió que sigue comprometido con la búsqueda del cese de la usurpación, la celebración de un proceso electoral libre y el ingreso de la ayuda humanitaria a Venezuela.

—Hoy, ese país secuestrado, ese país que resiste como resisten ustedes… Ustedes son esa esencia, la esencia del futuro. Porque les digo algo: Venezuela pronto será libre definitivamente —expresó mientras de fondo se escuchaban gritos de mujeres anónimas que expresaban su amor a Guaidó.

—¡Libertad, libertad, libertad! —respondía la multitud, a manera de mantra, en cada momento en el que el presidente interino hacía las pausas necesarias para que calara entre los presentes el mensaje que se difundía por las cornetas.

—Me encantaría poder abrazarlos a todos y llevármelos para la casa —continuó Guaidó con un lenguaje sencillo y directo que trasmitía franqueza a su auditorio—. Les confieso que los extrañamos mucho. Que todos sus talentos, que todos sus esfuerzos, que todos sus oficios, bien empleados, también hacen falta en casa. Y les digo algo adicional: hemos llegado a un punto de movilización, de construcción de mayorías y de respaldo pleno internacional, de acompañamiento en todos los espacios, que no tiene vuelta atrás. La única vuelta atrás es la vuelta a casa muy pronto de todos ustedes. Es la vuelta a casa de venezolanos y venezolanas, que están echando el resto en cada momento.

Pero luego de esas palabras, y luego de los aplausos, también tuvo que escuchar.

A él, a Juan Guaidó, le tocó ser testigo de esas escenas espontáneas que ocurren en los mítines políticos. Hitos escasos en los que se confabulan la suerte, el deseo, las contradicciones emocionales, la tristeza, el anhelo, la felicidad y la esperanza para crear un mensaje, tan poderoso, dirigido a una única persona.

Debió hacer silencio. Quizás en señal de respeto, al entender lo que decía su público, o quizás como una forma de asimilar y contener las emociones por aquello que los venezolanos le gritaban. 

El mensaje inició como un murmullo. Poco a poco cobró la fuerza de una cascada, hasta que retumbó en todo el espacio abierto de la plaza San Martín, haciendo eco en la fachada del Palacio Anchorena y en los edificios cercanos.

Lo que se escuchaba era el clamor de la diáspora venezolana. Retumbaba el sentir de los más de 3 millones y medio de criollos que han abandonado su tierra.

—¡Queremos regresar! ¡Queremos regresar! ¡Queremos regresar!

El estribillo logró que en su cara se asomara el asombro. Abrió la boca, pero fue incapaz de interrumpirlo. Apretó los labios, abrió los ojos de par en par y se llevó las manos a la cara, juntas, palma con palma, como una señal de promesa. Se giró para ver a su esposa, quién parecía igual de sorprendida que él.

Las personas que estaban en torno suyo denotaban la misma perplejidad en sus rostros. La designada diplomática Elisa Trotta sonrió; Roberto Marrero gesticulaba con sorpresa. Mientras que los venezolanos que estaban al otro lado del límite de seguridad movían frenéticamente los brazos hacia arriba, expresando con ahínco la consigna de querer regresar a Venezuela.

Fue una frase espontánea. Un anhelo repentinamente corporizado. Los gritos eufóricos, los ojos cerrados como si elevaran una plegaria, y algunas lágrimas fueron algunas muestras de lo que producía ese mensaje en quienes lo escuchaban.

Cuando consideró oportuno, Guaidó habló nuevamente para responderles: 

—Y lo van a hacer. Y lo van a hacer, muy pronto.

Los gritos resonaron más fuerte y Guaidó aprovechó el momento para quitarse la chaqueta y bajar de la tarima a fin de acercarse a la gente. De fondo comenzó a sonar una canción, similar a las que se usan en las campañas políticas, cuya letra repetía Guaidó, Guaidó, Guaidoooó.

Se acercó a los límites dispuestos por el protocolo para estrechar los brazos que le tendían. Se tomó fotos, participó en selfies, prestó atención a quienes les gritaban sus necesidades.

—Guaidó confiamos en ti. Queremos regresar al país —le gritó una mujer que tuvo la oportunidad de apretarle la mano, a lo que él respondió con una sonrisa rápida para seguir saludando al resto de los asistentes.

—Vamos bien, presi. Vamos muy bien, presidente —le soltó otro joven que esperaba su turno para hablarle.

Juan Guaidó le dedicó la misma cantidad de tiempo a sus connacionales que la que tuvo con el presidente de Argentina. La actividad en la plaza San Martín duró poco más de 40 minutos, lo suficiente para reforzar el mensaje principal de su gira por Suramérica, y lo justo para que él recopilara el sentir de los migrantes. Después del encuentro con sus compatriotas, ingresó nuevamente al Palacio Anchorena para continuar con la agenda prevista para ese viernes.

Afuera, el público contemplaba cómo caminaba hacia el interior del palacio para continuar con su trabajo diplomático. La noche transcurría. Quedaban vestigios de felicidad en el ambiente. Bastaba con ver a las parejas agarradas de las manos, sonriendo entre sí, para entender que las palabras del político las llenaron de esperanza.

Solo los más cautos mostraron cierta reticencia a los objetivos de Guaidó al asegurarle a sus interlocutores, mientras se alejaban de la Plaza San Martín, que creerían en las palabras del presidente interino cuando vieran formalmente un nuevo gobierno en Venezuela. Pero su clamor ya estaba dicho: y es el deseo de regresar a su patria.


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Periodista guatireño radicado en Buenos Aires. Amante del buen comer, las historias con emociones que reflejan la realidad, la fotografía y el periodismo de investigación. Ucabista. No creo en las coincidencias, ellas son respuestas de preguntas por hacerse.

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