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Dejar el Caribe, buscar sosiego, emigrar erráticos

Dagne y Miguel se quebraron emocionalmente en 2016. Duras experiencias en Venezuela llevaron a estos fotoperiodistas a tomar la decisión de irse del país. Desde que se fueron, como voluntarios han restaurado casas, sembrado papas, dormido en árboles. #EmigranteErrático es su manera de contar que la emigración también puede ser una experiencia feliz.

Fotografías: #EmigranteErratico

 

7 de abril de 2018.

El día aclara en Chile, pero por las cortinas apenas se cuela la luz. Dagne y Miguel despiertan. Se saludan, se miman, se levantan de la cama. Ella prepara avena, y desayunan como cada día antes de salir a la cosecha. Afuera, los espera el viñedo. Pronto hay vendimia, y las uvas que se sembraron hace unos meses ya están listas para emprender su camino a La Despensa Boutique. Se cambian la ropa, se ponen las botas y salen a trabajar el campo. Durante su primer año como emigrantes, en los que han restaurado casas, trabajado en hoteles y sembrado y cosechado muchas veces, han descubierto que la última es la labor que más les gusta.

Matt, su casero, dirige el proceso. Llevan cuatro días trabajando y ya han recogido 1.200 kilos de uva Granache y Syrah. Bajo el sol, junto a sus compañeros de cosecha, Juan y Moncho, rodeados por los perros de la casa, se olvidan de las horas. Lo hacen hasta que alguno de los dos recuerda registrar fotográficamente, aunque sea una vez, lo que hicieron durante el día.

En ese instante, vuelven a ver a través del lente, como hace un año en Caracas. Dagne y Miguel, quienes hoy recogen y lavan las uvas antes de llevarlas a la bodega, y se cubren del sol con grandes sombreros, son fotoperiodistas. Pero ahora son también algo más: son emigrantes erráticos.

Era agosto de 2016.

La felicidad de Dagne se quebró. Estaba en La Guajira, estado Zulia. Tierra árida, sol inclemente, brisa triste. Fotografiaba a cinco hermanos, que antes eran siete. El hambre les arrancó la vida a dos de ellos, y esta escena, de niños juguetones y sonrientes abrazando rudimentarias lápidas, se le metió en el corazón como un hueso punzante —como los que veía en sus pequeños cuerpos, bajo la ropa ajada—. Un post en su cuenta de Facebook fue el desahogo de la experiencia que le cambiaría la vida ocho meses después.

El hambre no es de mentira, yo lo vi con mis ojos, lo sentí, lo olí. Me llenó de indignación ver a nuestros pueblos originarios, frente a su Caribe más vasto, morir por la indiferencia de un gobierno que los usa cada vez que puede como bandera de su discurso de visibilización y reconocimiento. En la Guajira lo visible es el hambre y la desolación.

Dagne lloró sin consuelo. Lo hizo durante y después de la pauta periodística. A su regreso a Caracas, dejó de proponer historias, porque ya no quería contarlas, y se desencantó de aquello que había hecho por años. Ese día en La Guajira, la fotógrafa enamorada de Las Tunitas, su barrio frente al Caribe donde vivía en el estado Vargas, decidió emigrar.

Era abril, también de 2016.

Miguel fue atacado por colectivos vinculados al gobierno, en las afueras del Consejo Nacional Electoral. Su error fue saludar a una diputada opositora. En minutos, grupos paramilitares lo acusaban de “escuálido”, mientras lo golpeaban y pateaban. Le arrancaron el morral y le robaron los equipos. Cuando los delincuentes se fueron, Miguel pidió ayuda. La policía, que estaba a unos metros de él durante el ataque, se limitó a advertirle que los hombres podían regresar, y que era mejor que corriera.

Cuatro meses después, junto a su novia, decidió emigrar.

 

Había razones para quedarse, también para irse. Dagne y Miguel amaban Venezuela y querían recorrerla juntos, pero con sus sueldos era imposible. Querían crecer profesionalmente en casa, pero las motivaciones eran difusas. No fue difícil decidir que irse del país era la única opción válida.

Los meses siguientes fueron extenuantes, pero tenía el sabor del primer plan común. Su propósito era simple: irse juntos y buscar el sosiego que habían perdido.

Fue así hasta que sus amigos Arianna y Gabriel les hablaron de una opción que no conocían ni consideraban. La pareja, que llegaba de viaje desde el sudeste asiático, conoció a un venezolano que enseñaba inglés al otro lado del mundo. ¿Cómo era posible? La respuesta de Arianna y Gabo les cambió los planes y la vida: Workaway.

Workaway es una plataforma de trabajo voluntario a cambio de techo y comida. Los anfitriones y aspirantes pagan una cuota de registro, elaboran un perfil, e interactúan hasta concretar un acuerdo.

A Dagne, organizada y metódica, no le fascinó la idea. A Miguel, sí. Fue él quien indagó sobre la propuesta de este portal, y días después se lo presentó a su novia. ¿Y qué tal si, en lugar de una migración tradicional, se aventuraban? Ambos tenían algo claro: querían migrar sin tristezas. ¿La vida como voluntarios sería una buena opción? Era distinta, sonaba como algo chévere, pensó Dagne.

Miguel ganó, y Dagne aceptó, bajo la condición de darle una estructura, como la que conservaba en todas las facetas de su vida.

Así nació Emigrante Errático.

7 de abril de 2017.

La primera foto de la cuenta de Instagram de Emigrante Errático. Un par de emocionados fotógrafos, en el aeropuerto de Maiquetía, tomados de la mano esperando su vuelo.

Desde hoy somos migrantes felices y se lo queremos contar. En los últimos años en Venezuela la migración es sinónimo de destierro, exilio, diáspora y sí, es todo eso por la profunda crisis que vive nuestro país. Pero, aunque esa crisis nos dio el empujón para comenzar un plan migratorio, en el camino nos dimos cuenta de que tenemos tantas ganas de maravillarnos las pupilas con otras luces, conocer otros acentos y bañarnos en otras aguas, que lo asumimos como un viaje para refrescarnos el alma y sacudirnos la vida. Somos #EmigranteErrático porque vamos desde Caracas, aterrizamos en Buenos Aires y llegaremos a Santiago (…) Esta foto es en el aeropuerto de Maiquetía mientras esperamos que salga nuestro vuelo, a mí me parece cursi, pero a mike_gonzalezm le parece apropiada.

Inicia el viaje.

20 de abril de 2017.

Paredes azules, gastadas, sucias. Techos altos. Aspecto colonial. Una puerta grandísima, que duplica la altura de Miguel, quien posa afuera, con una camisa a cuadros, una mochila y una maleta. Es la casa de Luisa, la primera parada de los emigrantes.

Desde hace unos días llegamos a casa de Luisa y estamos ayudando a arreglar esta casa colonial, que quedó un poco mal luego de unos inquilinos que tuvo hospedados acá. Hay mucho polvo, adobe y silencio.

La dinámica era sencilla. Tenían techo y comida a cambio de tres horas diarias de trabajo. Luisa, su casera, una periodista de cultura y maquilladora, los recibió con una amabilidad que no olvidan. Tampoco olvidan su risa alta y el amor por su gata, Dorita.

El 22 de abril recorrieron por primera vez Santiago. Caminaron mucho y regresaron a las 1:00 de la mañana a la casa. Se sintieron felices, queridos, seguros.

11 de mayo de 2017.

Uvas y rocío, colores otoñales. Así presentaron Dagne y Miguel su segunda parada: La Despensa Boutique, un viñedo en Santa Ana, un pequeño pueblo en Colchagua, a tres horas al sur de Santiago.

Ayer fue nuestro primer día de trabajo en un terreno en el que se sembrarán uvas, lo limpiamos de piedras, alambres, plástico, basura y ladrillos. A pesar del tipo de trabajo, la jornada se hizo llevadera porque el clima estuvo fresco y con muy poca humedad.

Es una vida totalmente opuesta a la que teníamos, pero nos encanta estar acá.

Sin embargo, nos cuesta mucho poder compartir la felicidad de poder estar en un lugar como este, mientras nos duele tanto nuestro país.

Los días en el viñedo transcurrían entre plantaciones de parra y “La manada”, como llaman cariñosamente a los perros de la casa: Bela, Amy, Chloe, Jordi, Baco y Tambo. Mientras, en Venezuela las protestas antigubernamentales sumaban más de un mes y más de 30 muertos. Dagne se cuestionaba cada día estar lejos de Caracas. Miguel le daba fuerzas, cada día. Dagne lloraba. Sus amigos la animaban a seguir. ¿Y si ella necesitaba al país más de lo que el país a ella? ¿Qué podía aportar que no estuviesen aportando sus compañeros fotógrafos? Ese pensamiento un día se apaciguó.

Partieron después de cuatro meses, cuando finalizó el invierno.

20 de septiembre de 2017.

Un container púrpura sobre un container verde sobre un container azul. Un container verde sobre dos containers azules. Un cielo sin nubes. Winebox, un hotel hecho de containers en su fase final de construcción, recibió a los emigrantes en Valparaíso.

Han sido días de trabajo muy duros porque hay muchas cosas pendientes por hacer y la rutina es más exigente que la que teníamos antes. Sin embargo, Valparaíso es una ciudad hermosa, la vista al mar nos mantiene vitalizados y cualquier día nos lleva la brisa. Nos reímos mucho con el resto de los voluntarios y hemos podido trabajar en proyectos importantes para el avance del hotel.

Por ahora, dormimos en un container y nos gusta.

Desde el mar de Valpo se despidieron para regresar a Santiago. Estando ahí, extrañaron el campo, pero debían trabajar para refinanciar el viaje. La capital chilena los recibió con amigos entrañables, eventos para fotografiar y su primera navidad lejos de casa pero juntos. También con papeles de migración.

 

18 de enero de 2018.

Una casa de árbol hecha de tablas y troncos, anidada entre las hojas, la humedad. Entre árboles frondosísimos, Dagne y Miguel presentaron el inicio de su travesía en Tubildad.

Les confesamos que no nos esperábamos esto.

Contactamos a Luis hace unas semanas y nos emocionaba estar en una granja con tantos animales, aprendiendo de las tradiciones chilotes y del cultivo en el campo. Sabíamos que teníamos la opción de que nuestra habitación fuera la casa del árbol pero esto superó por mucho nuestro imaginario.

Dos bueyes: Tomate y Clavel. Cosecha de arvejas, de habas, de papas. Recolección de miel. La calidez de la intimidad. La convivencia, las noches de tertulias y planes. Los sueños. Se despidieron de Tubildad comprometidos.

21 de febrero de 2018.

Un volcán, una laguna, tonos azules. El horizonte, pasto, vacas. Quilanto recibe a los emigrantes erráticos.

Nos movimos a otro voluntariado y estamos reajustándonos a un nuevo sistema: caminar 6 kms al día entre la casa y el lugar donde trabajamos, horas muy específicas para comer sin freno –y riquísimo– además de la vista maravillosa del Volcán Osorno.

Esperamos que nos vaya genial aquí también y que no subamos de peso.

Hogares de familias alemanas, a las que el gobierno de Chile les dio estas tierras a finales del siglo XIX. Tardes de bicicleta, de baños de “playa dulce”, como la llamó Dagne. Caminos de piedra, caminos entre el bosque, y atardeceres rosas.

Su mes en Quilanto los motivó a anunciar oficialmente lo que habían insinuado en Tubildad:

Toda relación tiene altibajos, algunas incluyen intermedio. Nosotros pudimos hacernos fuertes en las diferencias y en este viaje, que es una prueba diaria sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, todos los días decidimos estar juntos y caminar de la mano, construyendo nuestro norte como uno solo.

Ya lo sabíamos, pero había una pregunta que queríamos hacernos formalmente uno al otro: yo le pregunté a Miguel mientras cosechábamos ajos y él me lo preguntó en medio de una carretera bajo el cielo más estrellado que hemos visto. Estamos felices de compartir con ustedes que sí, viene #labodaErrática.

Abril de 2018.

Un año después de iniciar su viaje, Dagne y Miguel están de nuevo en La Despensa Boutique. Recogen uvas, juegan de nuevo con La manada. Siguen documentando su viaje, aunque la estén pasando tan bien que a veces lo olviden. Siguen soñando. Llevan menos equipaje. Aún viajan siempre con Harina Pan, y ahora también con Picante Josefa, otro proyecto conjunto que nació en mayo de 2017 en el mismo viñedo, y se añeja desde entonces. Verá la luz en la vendimia.

Ahora, también acostumbran tomar siestas por las tardes, y tratan de eliminar el azúcar de casi todas las comidas, para poder comer siempre los postres que prepara Dagne. Descubrieron que las lentejas de Miguel son mejores.

Se siguen halagando cada día. Se dan fuerza cuando alguno de los dos recuerda por qué ya no están en Venezuela. Se abrazan, se besan, se ríen.

Migrar es desarraigarse, y el desarraigo y el desapego son difíciles. Miguel ha sido el roble de Dag, que es pura emoción. Ella es Caribe; así la siente Mike.

Todos los días tratan de ser los mejores venezolanos que pueden.

Cada tantos meses, llevan la casa en la mochila hacia otro sitio, mientras construyen ese “lugar a donde regresar” que tanto anhelan. No saben dónde será. No saben cuándo llegará. Pero algo tienen claro: solo les falta sede, porque desde el 7 de abril de 2017 su hogar es donde están ellos, juntos.


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Jugaba a ser reportera desde que aprendí a leer. Luego, coqueteé en mi imaginación con cinco profesiones más. Pero la vida me quería periodista. Lo supe a los 12 años. Nací el día que empecé a cubrir deporte menor y las comunidades me enamoraron. Ahora aprendo a contar sus historias.

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