Inspira a un amigo

Recibir/dar ayuda

Sé también protagonista

Historias similares

Como nos enseñan las hormigas

Sep 14, 2022

Miembro de una familia de científicos de descollante trayectoria, Klaus Jaffé —químico, doctor e investigador— obtuvo, en 1985, el Premio Fundación Empresas Polar Lorenzo Mendoza Fleury, el galardón de mayor prestigio para la comunidad científica venezolana. Inquieto y reflexivo, siempre quiso comprender los grandes problemas del hombre. Su quehacer científico lo llevó, con el paso del tiempo, al mundo de las ideas: ese que alguna vez quiso que fuera su punto de partida. 

FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR

Para la estirpe Jaffé primero fue la ciencia. Y la ciencia, con el tiempo, los conduciría al mundo de las ideas. Al menos así sería para uno de ellos. Pero aquel día 1965 —quizá era un domingo familiar—, reunidos todos en su casa de La Florida, nadie lo podía saber.

En la foto de ese encuentro aparece el fundador de aquella genealogía científica: Rudolf Jaffé, quien migró de la Alemania nazi en 1936 y se estableció en Venezuela, donde se convirtió en médico y fundó el Instituto de Patología de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Para el momento de la foto, había enviudado y estaba postrado en una silla de ruedas por un accidente cerebro vascular que había sufrido algunos años antes. Y están sus hijos: uno de ellos, Werner, bioquímico-nutricionista, había creado el Lactovisoy (ese producto concebido para combatir la desnutrición materno-infantil, que fue central en las políticas públicas del Instituto Nacional de Nutrición). Y también están los nietos, entre ellos, uno que resolvió posar en una esquina: el joven Klaus Jaffé, hijo de Werner. Está a un costado, como un personaje de reparto. Como un satélite. 

Era un adolescente de 12 años con muchas inquietudes.

Klaus nació en Caracas, 15 años después de que su abuelo llegara a Venezuela. Para entonces, su padre ya era profesor de bioquímica en la Universidad Central de Venezuela, tenía un doctorado por la Universidad de Zúrich (bajo la tutela del profesor Paul Karrer, Premio Nobel de Química de 1937), y trabajaba en la Sección de Nutrición del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. 

Klaus creció expuesto a los libros, escuchando conversaciones científicas y sobre el trabajo y los méritos de su abuelo y de su padre. Pero a él le interesaba “el mundo de las ideas”, el reino en el que se abordan “los grandes problemas de la sociedad”: la filosofía. Aunque fuera la madre de todas las ciencias, Werner no vio con buenos ojos los intereses de su hijo, a juzgar por lo que le dijo cuando le comentó que quería inscribirse en esa carrera:

—Estudia algo serio. 

Fue por ello que el joven Klaus se fue a la UCV, pero no a la Escuela de Filosofía sino a la Facultad de Ciencias: se apuntó en la carrera de biología. Entonces los enrevesados designios de la historia intervinieron. Corría el año 1969, y el gobierno de Rafael Caldera había introducido una reforma a la Ley de Universidades que, según algunos rectores y profesores de universidades públicas que se oponían, lesionaba la autonomía universitaria. Esto último se sumó al hecho de que el movimiento guerrillero de izquierda, entonces existente, usaba el campus de la ciudad universitaria como un espacio seguro donde ocultarse: la policía y los militares no podían entrar allí. Por ello, como queriendo matar dos pájaros de un solo tiro, Caldera ordenó intervenir militarmente la UCV.

La universidad se quedó sin renovación y Klaus sin estudiar biología.

El joven entonces optó por estudiar química en la recién creada Universidad Simón Bolívar (USB). Quizá por los tiempos convulsos que vivía, o tal vez por su curiosidad innata (leía mucho sobre política y literatura, desde los clásicos griegos hasta la Ilustración), al cabo de dos trimestres encontró una corriente del pensamiento a la que quiso sumarse: el anarquismo. Discutía con varios de sus profesores que, como él, se consideraban anarquistas. Y fue así que le terminó encontrando sentido al mundo científico.

—De la química me interesa principalmente la termodinámica, porque en ella las leyes emergen de la realidad, es empirismo puro. Son leyes de orden espontáneo —decía.

—¿Y de la anarquía? —le preguntaron alguna vez. 

—La anarquía es exactamente lo mismo: un orden espontáneo.

Se graduó con honores en 1974. Justo a tiempo para que su abuelo lo viera licenciado. Justo a tiempo, pues el señor falleció un año después. El interés de Klaus por la política fue quedando en un segundo plano: estaba convencido de que tenía que destacar y aportar a través del quehacer científico, como su abuelo y como su padre: “Hay que ser competitivo”, decía. La política, la filosofía y el orden social le interesaban, pero tenía una carrera que construir. 

Y a eso se dedicó. 

Se inscribió en el máster en bioquímica del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), del que egresó en 1977. A los meses, se trasladó a Reino Unido a cursar el doctorado en comportamiento animal de la Universidad de Southampton. Y eso le hizo ver precisamente contra qué estaba compitiendo: en Venezuela la tecnología y los recursos para investigar eran más limitados que en Reino Unido y que en otros países que habían hecho de la ciencia una piedra angular para el desarrollo. 

Un poco con la idea de distinguirse de los demás, se le ocurrió hacer su tesis doctoral sobre el comportamiento social de las hormigas: “Nadie puede competir conmigo, tengo las hormigas del trópico. Nada mejor que eso como objeto de estudio”, pensaba. Y un año después se graduó sin saber que en esos pequeños seres, a los que le había dedicado tantas horas, encontraría claves para entender el mundo. Y para trabajar por el mundo. Eso vendría después. A los 29 años —con tres títulos académicos y varias investigaciones científicas— coronaba ese sprint de éxitos con su ingreso como profesor en su alma mater, la USB. 

Fundó y dirigió el Laboratorio de Comportamiento y Evolución de la Universidad Simón Bolívar. Investigaciones, conferencias, jornadas, simposios, artículos y libros. En aquel tiempo mantuvo una agitada actividad intelectual. Por su trayectoria, en 1985, la Fundación Empresas Polar le concedió el Premio Lorenzo Mendoza Fleury, el galardón de mayor prestigio para la comunidad científica venezolana. 

Ocho años después, publicó su libro El mundo de las hormigas, que sintetizaba el producto de décadas de estudios. En 1999, ganó el Premio José Francisco Torrealba, entregado por el Colegio de Médicos del Estado Guárico, la Universidad Simón Bolívar y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit). Más de 200 publicaciones científicas en revistas arbitradas, más de 3 mil 400 citas en revistas indexadas y 5 libros sobre diversos temas científicos: todo eso constituía su obra. Sus estudiantes y colegas confirmaban que el profesor había logrado lo que se había propuesto 25 años atrás: destacar y aportar a través del quehacer científico, como su abuelo y como su padre antes de él. 

Entrando al siglo XXI su país cambió. Con la llegada de Hugo Chávez al poder, Klaus observaba que la ciencia y la educación iban quedando relegadas. A pesar de que Venezuela estaba viviendo la mayor bonanza petrolera de su historia, las becas para estudios en el extranjero comenzaron a desaparecer y los financiamientos para las investigaciones se fueron reduciendo. A Klaus le preocupaba que Chávez, que terminó por declararse socialista y marxista, tuviera un estilo demagógico y autoritario y que despreciara la intelectualidad. 

Aun así, siguió en sus quehaceres científicos: en 2007 publicó ¿Qué es la ciencia?, un largo ensayo sobre filosofía de la ciencia en el que citó a grandes filósofos, desde Hegel hasta Kant. Y no solo se refirió a las ciencias duras: también reflexionó sobre las ciencias sociales. Preparaba sus clases, como siempre; escribía sus artículos, como siempre; y trabajaba en la editorial de la USB, como lo había venido haciendo desde hacía un año. 

Hasta que, de repente, la realidad demandó su atención. 

Llegó la noticia de que el gobierno no planeaba revisar y aprobar nuevos presupuestos para la universidad. Por ello, el entonces rector, Enrique Planchart, incluyó a Jaffé en una comisión que tenía el objetivo de repensar y reformar la extensión universitaria, a fin de que pudiera generar nuevos recursos. También le pidieron que redoblara los esfuerzos para buscar apoyos para el Laboratorio de Comportamiento y Evolución, ese que había ayudado a fundar un tiempo atrás. El carácter empírico de la ciencia, su contacto con la realidad, había guiado sus investigaciones. Ahora la realidad lo hacía reorganizar su vida. 

Y revivieron sus viejos intereses por la política. 

Incluso pasaron al primer plano. Aquella búsqueda intelectual de su juventud, su preocupación por entender y resolver “los grandes problemas de la sociedad”, dejó de ser una materia pendiente para convertirse en un asunto apremiante. 

La educación en Venezuela comenzaba a mostrar señales de deterioro y la sociedad estaba polarizada. Jaffé sentía que algo tenía que hacerse. 

¿Qué? 

¿Cómo? 

¿Quién?

Se hacía esas preguntas mientras contemplaba la mesa donde estaba su sociedad de hormigas. 

Entonces, una idea iluminó como relámpago en su cabeza: todo lo que sabía sobre las hormigas le podía servir para responder algunas de esas preguntas. 

No dejó de pensar en ello. “Partiendo de la inteligencia social y patrones colectivos presentes en las sociedades de hormigas, es posible establecer modelos, modelos que simulan a las sociedades humanas”, dijo en la siguiente conferencia que le tocó dar. La sociobiología le estaba permitiendo ver a la sociedad humana de forma diferente: “Podemos estudiar el efecto de las reglas y restricciones sobre el comportamiento, sobre la evolución de la sociedad. Podemos partir de aquí para entendernos como sociedad y buscar resolver los grandes problemas que nos aquejan”. 

Sus colegas y estudiantes se sorprendieron ante aquel planteamiento. Se estaba metiendo en un terreno que parecía ajeno para él: los estudios sociales usualmente estaban asociados a las disciplinas humanísticas, ausentes de la USB. Pero encontró una respuesta: la interdisciplinariedad; abordar fenómenos y problemas con las herramientas de distintas ciencias y disciplinas. 

Hacía falta robustecer el diálogo entre colegios y universidades; debían acercarse y la ciencia tenía que cobrar una mayor relevancia en la formación de los jóvenes de cara al desarrollo del país. 

Esto pudo aplicarlo cuando el entonces gobernador Henrique Capriles Radonski le ofreció ser director de Educación, Ciencia y Tecnología para el estado Miranda. Llevó ferias educativas a colegios y trató de crear espacios de encuentros, entre ellos y las universidades. Pero la burocracia y la falta de apoyos le impidieron conseguir buenos resultados. 

Se desencantó de la política. A partir de esa experiencia, sin embargo, escribió y publicó, en 2012, otro libro: La ciencia como motor para el desarrollo en América Latina, sobre cómo la educación con aproximación científica y experimental podía resolver varios de los grandes problemas sociales latinoamericanos. 

Otra idea que apareció mientras estaba frente al tablero de hormigas fue la de crear sinergia entre factores de la sociedad para promover el emprendimiento y la sustentabilidad. Si las hormigas “se ponían de acuerdo” para abordar los obstáculos que se le presentaban ¿por qué universidades públicas y sector privado no podían cooperar más? 

En 2011, lo designaron director del Parque Tecnológico Sartenejas, una plataforma dedicada a promover el emprendimiento y la vinculación tecnológica de la USB con su entorno. Allí buscó crear tantos espacios de cooperación entre la universidad y el sector privado como pudo. De nuevo: esa experiencia le sirvió para desarrollar una teoría para las ciencias sociales que llamó extended inclusive fitness, en la que planteaba que la sinergia establecida a través de la cooperación entre organismos, o entre agentes económicos, desempeña un papel preponderante en la evolución y supervivencia de una sociedad. Con la teoría publicada, insistió en seguir aplicándola y por ello ayudó a la creación del Centro de Estudios Estratégicos, un think thank desde el que organizó espacios de contacto entre sociedad civil, políticos y empresarios. 

Comportamiento social del hombre, educación, filosofía de la ciencia y economía. A todas esas disciplinas entró con su singular aproximación: dejar que los hechos hablen y que la realidad se revele. “Jaffé se está metiendo en estudiar la sociedad ¡y ahora hace política!”, comentaban sorprendidos sus colegas y estudiantes. Todo lo que había vivido lo había llevado a reflexionar mucho sobre el mundo. Y ahora tenía una certeza: el Estado y los políticos no iban a solucionar ninguno de esos grandes problemas que le habían preocupado desde joven, y que tenían a Venezuela pendiendo de un hilo. 

Nuevamente, pensó en las hormigas: resolvían sus problemas cooperando entre ellas, sin imposiciones. La lectura que hacía Klaus era que estaba en manos de la sociedad, de las universidades, las ONG y los individuos resolver esos problemas. Por eso se incorporó a la sociedad civil: a promover la sinergia y el intercambio productivo, ese proceso que, repetía hasta el cansancio en foros, conferencias y hasta en un libro que escribió sobre el tema, “surge de los lazos de retroalimentación positiva recíproca y sincronizada en una red de actores diversos que intercambian información, energía y materia”. 

Si distintos actores, sectores y personas se entendían y trabajaban, había esperanza. 

En 2020, conversó con Antonio Canova, director de Un Estado de Derecho, una organización que tenía la intención de estudiar cuál era la realidad educativa de los estratos más pobres durante la pandemia. A Klaus le interesó y se sumó a la iniciativa. Asesoró y supervisó la metodología del proyecto El Bello Árbol, un estudio de campo ejecutado en Petare, que reveló que habían docenas de profesoras de colegios brindando servicios educativos en la parroquia a través de tareas dirigidas. La investigación mostró que las maestras recibían pagos por ello y que los padres privilegiaban el trabajo que ellas realizaban con sus hijos por encima de lo que hacían en colegio formales. “Descubrimos un orden espontáneo en la educación. La gente encontró cómo resolver su problema”, explicó en la presentación a la prensa de los resultados, a mediados de 2022.

Para entonces, la ONG estaba desarrollando un estudio similar en Montalbán, un pueblo intrincado en las montañas de Carabobo. “Estamos encontrando prácticamente lo mismo que vimos en Petare —explicó poco después en un taller de la organización—. La realidad es que son muchos los desafíos que persisten. Algunas de estas maestras trabajan con libros de hace 40 años y el acceso a Internet es precario”.

Aunque hablaba de una situación dramática que le preocupaba, se podía ver en él cierta satisfacción: estaba constatando que la gente se estaba ocupando, por sus propios medios, de resolver problemas. Como las hormigas. Ser testigo de ello le emociona, como si estuviera de nuevo al comienzo de su carrera. Quizá eso le haga sonreír genuinamente. Klaus Jaffé, un químico y científico venezolano, decía con entusiasmo que aún tenía muchos asuntos pendientes: esos grandes problemas sociales en los que de joven pensó siempre y que ahora lo ocupan.

3586 Lecturas

Soy comunicador social, ucevista, emprendedor, marketero, tallerista y hago el intento de escribir. Creo que todos tenemos una historia que contar.

    Mis redes sociales:

Ver comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *