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Puedo jugar con cualquiera pero aquí es muy triste

Bianile Rivas | 4 sept 2019 |
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Lorenzo Pacheco Mirabal pasó su infancia y su adolescencia entre distintas playas del mar Caribe. Todavía, a sus 78 años, atesora aquellos ratos de sol que lo hicieron tan feliz. Quisiera que sus nietos, entre ellos Víctor Hugo, pudieran vivir días como esos, sobre todo ahora que están de vacaciones escolares. 

Fotografías: Bianile Rivas / Álbum familiar

Todos los fines de semana, entre viernes y domingo, Lorenzo iba a zambullirse en el mar, por las costas de Juan Griego, en la Isla de Margarita. Allí llegó a vivir a sus 4 años, de la mano de su papá, quien había sido el regente de una empresa proveedora de la pulpa seca del coco establecida en Irapa. Era un pintoresco pueblito del estado Sucre, conocido como Los Jardines por su exuberante belleza natural en lo profundo del Golfo de Paria.

Lorenzo tuvo que despedirse temprano de las tímidas aguas verde azuladas del mar de Irapa. Le tocó encariñarse con las enfurecidas olas que mojan las arenas de Juan Griego. A los 12 años, se movía como un campeón en aquellas playas. Cuando Víctor Hugo, su nieto más cercano, le pide un recuerdo de sus vacaciones, a Lorenzo se le humedecen los ojos, se le ahogan las palabras y se rasca la cabeza lustrosa. Da la impresión de que aún tiene el mar de Irapa en sus ojos y el sol de Juan Griego en su voz.  

Se echa hacia atrás en el sofá de su sala bien amoblada y suelta con nostalgia 66 años de recuerdos. No los deja ir. En 10 libros de fotografías —amarillentos y deshojados— atesora imágenes de lo feliz que fue en comunión con la naturaleza durante su infancia y adolescencia en esas tierras de Dios.

—¡Claro, eran otros tiempos! —lamenta mientras hojea esas páginas—. No les puedo pedir a mis nietos que sean tan felices como lo fui yo a mis 12 años. 

Víctor Hugo ya alcanzó los 13. Pasó a segundo de bachillerato en el Colegio Lourdes, de Guanare, donde vive, en elestado Portuguesa. Se entretiene con Santiago Andrés, su hermano de un año, ambos rodeados de mucho afecto y de tecnología. Ve televisión, va al club, monta la bicicleta, patea la pelota y juega por las noches con sus amigos en la cancha de su condominio. Está de vacaciones escolares, pero no tiene planes. 

Y eso, al abuelo, le parece una pena.

—A su edad, yo no me bajaba el traje de baño. Me lo ponía el viernes en la mañana y me lo quitaba el domingo, a las 2:00 de la tarde, para ir a la matinée. De la libertad que me ofrecía el mar pasaba a disfrutar de los espectáculos abiertos con música y cocteles dulces.

Era la diversión de los liceístas del Francisco Esteban Gómez, de La Asunción. 

Lorenzo tiene 78 años. Sus apellidos son Pacheco Mirabal. Hasta sus 70 fue un comerciante con tal solvencia económica que pudo criar a sus siete hijos con dignidad. El dinero le alcanzaba. Programaba vacaciones dos veces al año: en agosto para la playa y en Navidad o Año Nuevo para la montaña. Los destinos favoritos de la familia eran siempre su amada Margarita, Puerto Cabello, Mérida, Trujillo o Táchira; y de vez en cuando la ruta cafetera colombiana. A través del descanso y el sano esparcimiento se esmeraba en sembrar en los suyos los valores de la convivencia y la alegría.

—¿Ahora cómo? —se pregunta. 

Lorenzo sabe que en Venezuela tomar vacaciones es cada vez más difícil. Y no solo porque el dinero se hace insuficiente sino por la inseguridad: sabe que en las playas, en las carreteras y en centros vacacionales roban mucho. Y hasta secuestran. Víctor Hugo, Antonella y Santiago Andrés, los únicos nietos pequeños que le quedan en el país, van aprendiendo a pasar su tiempo libre en casa con las limitaciones de un país en decadencia. 

—Ya no hay servicios disponibles ni medios económicos como antes.

Víctor Hugo quiere ir a Estados Unidos, como lo hizo hace tres años cuando visitó muchos parques en Orlando, pero teme que no podrá ser pronto. Se aferra entonces al recuerdo de 2017, su última vacación en familia en Golfo Triste, un complejo turístico privado ubicado en Tucacas, a la entrada del Parque Nacional Morrocoy, en el extremo oriental del estado Falcón. Atesora esas aventuras entre la piscina y el mar.

Junto a sus primos, quienes como él viven en Los Apamates, su residencia en Guanare, intenta sobrellevar el tiempo de su receso vacacional. Andan afanados con Brawl Stars, el juego de moda que cautiva a los niños: un videojuego de acción multijugador desarrollado para celulares y tabletas en las plataformas de Android y iOS, lanzado a escala mundial el 12 de diciembre de 2018.

Es muy sencillo y divertido —dice Víctor Hugo—. Puedo jugar con cualquiera que esté conectado. Pero aquí es muy triste. Se va la luz y el internet nunca funciona. 

Se queja. 

Invita al abuelo. Lorenzo tiene un teléfono inteligente y maneja perfecto la mensajería de WhatsApp, Facebook e Instagram. Víctor Hugo quiere que aprenda también a jugar Brawl Stars. Le explica que la modalidad principal consiste en que tres jugadores compiten con otros tres oponentes para conseguir y mantener unas gemas repartidas en unos mapas llenos de obstáculos. 

Lorenzo no tiene prisa. Lo oye y le pide un tiempo para contarle sobre los picoteos que, a su edad, disfrutaba con su padrino en Margarita, un médico francés que le enseñó a querer el mar y a emprender aventuras.

—Mi padrino montaba unas reuniones hermosas en una casa grande que tenía frente a la playa, de unas 10 habitaciones, grandes corredores y un solar inmenso con cocoteros y palmeras. Yo servía el hielo y hacía de mesonero para que fuera más placentero el picoteo: eran unos bocadillos preparados para comer tras el baño o la excursión. Con esa sazón europea era como tener el mar en la boca. 

Víctor Hugo oye en silencio a su abuelo. Deja que a Lorenzo se le deslice la historia de su padrino francés, mientras él teclea el celular con disimulo e intenta conectarse al Brawl Stars.

¡Ya va, párala ahí, abuelo!  —grita saltando del mueble con fuerza, recostándose a la ventana—. ¡Llegó la luz. Busquemos señal, abuelo! repite, afanado, procurando abrir la aplicación del videojuego. 

Y Lorenzo se queda allí, inmóvil en el sofá. Marca una fotografía en el último álbum revisado y lo cierra. Toma el celular como queriendo solapar sus recuerdos del mar de Juan Griego con los personajes de Brawl Stars preferidos por Víctor Hugo.


Esta historia forma parte de la serie Lo que queda de las vacaciones, desarrollada en alianza con el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap)

Bianile Rivas

Periodista venezolana, egresada de la Universidad del Zulia. Cuento historias en @ElPitazoTv. Escribo sobre los que dan su vida en silencio porque su martirio no es noticia.
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