Luego de salir de Venezuela, en 2013, Daniel Dhers tardó seis años en volver. Sentía que el ambiente estaba demasiado tenso como para concentrarse en su actividad deportiva. Cuando regresó de visita en 2019 sintió que algo había cambiado. Eso le hizo pensar que podía contribuir con el cambio y aprovechó la plataforma olímpica para hacerlo. Pero esa frenética agenda dentro del país le pasó factura. Aquí se cuenta qué ocurrió.
Fotografías: Armando Díaz
—Muchísimas gracias por el apoyo. Esto significa mucho para mí. Y sé lo que significa para Venezuela. Voy para allá en unas cuantas semanas. Espero que puedan unirse a la causa. Vamos a hacer cositas, pero eso se los comento después. Muchísimas gracias, los quiero a todos —dijo Daniel Dhers, con una sonrisa amplia y visiblemente emocionado, en un video apenas supo que había ganado la medalla de plata en ciclismo BMX estilo libre en los Juegos Olímpicos Tokyo 2020.
Era el 1ro de agosto de 2021.
Eso que él llamaba la causa era lo que quería hacer para aprovechar la notoriedad que —sabía— le daría un reconocimiento como ese. Desde días antes de su competencia transmitía videos en los que mostraba la villa olímpica, el lugar donde hacía sus entrenamientos. Cuando el pesista Julio Mayora dedicó su medalla de plata a Hugo Chávez, y muchos lo atacaron, hizo una transmisión para fijar una postura conciliadora. Sus seguidores aumentaban; muchos estaban pendientes de lo que decía.
Eso le permitió medir el pulso de lo que pasaba en el país mientras se desarrollaba el evento deportivo en Tokio. Ahora sentía que la medalla era el trampolín que él necesitaba para tener mayor visibilidad. Sabía que esa noticia sentaría muy bien a la gente que vivía agobiada en medio de la crisis. Recordaba el impacto que tuvo en las personas la medalla de oro que ganó Rubén Limardo en Londres 2012, y eso lo animaba porque él quería aprovechar el momento para generar un beneficio a la sociedad.
Tenía muy claro que eso ayudaría a incentivar el deporte en Venezuela mediante la recuperación de espacios en los que hacer deporte hoy es casi imposible.
En 2001, a sus 16 años, Daniel Dhers migró de Venezuela al sur del continente. Sus padres habían encontrado un nuevo trabajo en Argentina. Al comienzo, la experiencia no fue lo que esperaba: Buenos Aires no era el lugar al que quería irse, y le resultaba ajeno por el clima y las diferencias culturales. Sin embargo, tuvo nuevas experiencias en el mundo del BMX y ahí tuvo un nuevo comienzo.
Durante la última década el deporte lo llevó a vivir en distintas ciudades del mundo, como Brasilia y Hong Kong, y establecerse en Estados Unidos. En ese tiempo conoció a muchos de sus ídolos, y comenzó a aprender de ellos. Todas estas experiencias tuvieron una influencia directa en su éxito como deportista. Sus compromisos deportivos eran una razón para saltar de país en país, conocer distintas formas de ejecutar su disciplina y ampliar su visión del mundo.
Y, entre viaje y viaje, solía regresar a Venezuela con frecuencia. Pero en marzo de 2013, comenzó a evidenciar el alza de los precios, la inseguridad en las calles y la escasez. Además, se encontraba en el país cuando murió Hugo Chávez, y pensó que la situación estaba muy tensa y que de un momento a otro habría un estallido social. La delincuencia y la amenaza latente de la violencia hacían muy difícil vivir con tranquilidad. Los enfrentamientos entre venezolanos por razones políticas eran frecuentes. Daniel se sintió muy decepcionado; pensaba que el país en el que había nacido ya no era el mismo, que no existía.
De hecho, durante seis años le costó regresar al país. Durante ese tiempo se enfocó aún más en el BMX, y fue sumando medallas, trofeos y reconocimientos en la comunidad deportiva, mientras viajaba acumulando experiencias.
Entonces, en 2019, vino a Venezuela. Unos días antes de abordar el avión, se había hecho la idea de que, a su llegada, solo encontraría tierra arrasada. Se estaba preparando mentalmente para ello. Sin embargo, al llegar al país, notó un cambio significativo en el ambiente: el tema político ya no era el centro de las conversaciones y los venezolanos parecían más concentrados en trabajar para escapar de la crisis económica.
Desde varios meses atrás, Daniel venía preguntándose cómo podría aportar algo a la sociedad y si acaso el deporte era la forma de hacerlo. Esta idea le permitió reencontrarse con el país. Así que retomó sus visitas como antes de 2013, pero sin la plataforma olímpica la realidad era más compleja. Su deporte no era tan conocido como el fútbol y el béisbol.
Por eso, la medalla olímpica se convirtió en un megáfono para él. Un megáfono que le permitiría poner en práctica esa idea.
Cuando llegó al aeropuerto luego de ganar la medalla de plata en Tokyo 2020, lo recibieron con una pancarta enorme en la que aparecía su rostro. Aunque ya sabía que su nombre resonaba en redes sociales, y que muchos estaban pendientes de su participación, fue en ese momento que Daniel comenzó a tomar consciencia del impacto que estaba teniendo su triunfo. De lo que significaba para los venezolanos. Era algo para lo que no estaba preparado. Había vuelto al país para compartir, al lado de otros atletas venezolanos, esa alegría con la gente. Pero no se esperaba ese recibimiento.
En medio del bullicio, las personas se le acercaban eufóricas, querían tomarse fotos con él, abrazarlo, que les mostrara la medalla. El personal de seguridad trataba de mantener el orden, pero les resultaba difícil. Donde quiera que iba, despertaba una alegría que se desbordaba.
Después vinieron los múltiples compromisos. Lo invitaban a exhibiciones de ciclismo, a entrevistas con medios de comunicación, a reuniones para concretar proyectos en distintas partes del país. Un día podía estar en Canaima y al siguiente en Margarita, Maracay o Caracas. Quería ayudar a construir una imagen que quizá sirviese de modelo a los más jóvenes, para animarlos a crear un proyecto de vida. El suyo era incentivar a niños y jóvenes a ligarse al deporte y encontrar en esta vía un escape a la delincuencia y a los vicios. Daniel encontró en el deporte una opción alterna al estudio, en el cual no se sentía cómodo. ¿Por qué los niños de las barriadas no podrían encontrar en una bicicleta o una patineta una nueva oportunidad?
—¿Viste, Yuraima? ¿Viste cómo me miraban esos chamos? ¿Te diste cuenta de la alegría cuando hacía alguna pirueta? —le preguntó a su mánager, quien se encargaba de su agenda, al terminar la exhibición en la Cota 905.
—¡Claro que lo vi! ¡Estaban enloquecidos contigo!
Viendo esas muestras de afecto, Daniel quería creer que con todo eso que estaban haciendo al menos podían esperar un cambio, seguramente a largo plazo. Que algunos de esos niños se sientiesen animados a practicar un deporte y pudiesen dedicarse a eso. Sería estupendo que de esa forma escaparan del ocio y la violencia… Y, ¿por qué no?, llegar a ganar una medalla en unos Juegos Olímpicos.
Pensaba que esa tarde había logrado que, por unas horas, la Cota 905 fuese algo distinto al territorio de conflictos entre bandas criminales y policías que mantenía a sus habitantes en permanente zozobra. Estaba agotado, pero le reconfortaba saber que había podido regalarles a los habitantes de esa zona de Caracas un pedacito de alegría.
Sus jornadas eran extenuantes. De la noche a la mañana su agenda estaba copada de compromisos. Él quería hacer todo cuanto estuviera a su alcance, involucrarse con gente que tuviese proyectos para apoyar el mundo del deporte, rehabilitar espacios, participar en academias infantiles de BMX y continuar con las exhibiciones públicas, sin olvidar su establecimiento parcial en Venezuela. No podía desaprovechar la oportunidad. Y el número de proyectos aumentaba con el transcurrir de los días.
Pronto su cuerpo comenzó a resentir ese ritmo de trabajo. No tenía un horario fijo para acostarse o levantarse, por lo que su sueño era irregular. Ni siquiera preparándose para alguna competencia de alto nivel, cuando intensificaba los entrenamientos, se sentía tan agotado.
“Yo no soy una estrella; sólo soy un chamo que monta en bicicleta”, se decía a sí mismo y a otros cuando lo trataban como a una celebridad.
A veces, al regresar de esas actividades, se encerraba en un baño y escuchaba música. Con tres o cuatro canciones, se veía al espejo, se lavaba la cara y sentía que había recuperado fuerzas para continuar.
Luego de un mes en Venezuela, Daniel partió a Europa. Estuvo en varias ciudades participando en algunas competencias. Se dirigió al Athlete Performance Center que tiene Red Bull en Austria. Allí pidió conversar con un psicólogo con el que se había entrevistado en mayo, y le contó que se sentía agobiado. Aunque no es un hombre de acudir al psicólogo, sabe la importancia de mantener su salud mental.
Las Olimpíadas recientes le habían dejado una lección, cuando todo el mundo supo del colapso emocional de estrellas como Naomi Osaka o Simone Byles, precisamente por no tener la ayuda especializada que necesitaban. Él no esperaría a que el colapso lo derrumbara y lo apartara de las competencias y, mucho menos, que la ansiedad lo terminaran de desconectar con su yo interior.
—Pero, Daniel, si estás haciendo las cosas que querías en tu país. He visto que te va muy bien, que tienes la atención que querías para impulsar tu proyecto. ¿Qué pasa? A ver, dime, ¿cómo está tu rutina? —le preguntó el psicólogo.
—La verdad no he podido cumplirla desde hace algún tiempo. Tengo muchas actividades que atender.
—Bueno, eso es lo que pasa. No te estás dedicando tiempo. El tiempo de calidad te va a permitir rendir mejor en todo lo demás y tener control sobre tu vida. Así que vuelve a tu rutina, cumple con el entrenamiento y te vas a dar cuenta de que las cosas van a retomar su curso.
Daniel volvió a los entrenamientos por las mañanas, y por las tardes se encargaba de cualquier otra actividad. Trataba de recuperar el ritmo de vida que llevaba antes de competir en las Olimpiadas y lo arrastrara la avalancha del entusiasmo en su país.
La recomendación del psicólogo funcionó: una semana más tarde, el agotamiento había desaparecido. Por eso, al volver a Venezuela, le pidió a Yuraima que no le agendara compromisos para la mañana. Todo lo atendería en las tardes. Por fin, Daniel recuperaba el equilibrio, y estaba dispuesto a seguir trabajando.
—Mis panas, nos reunimos acá con ustedes porque queremos invitarlos a que se involucren en la recuperación del parque. Este es un espacio de ustedes: acá hacen vida, acá se entretienen, se entrenan. A fin de cuentas, la mejora en la calidad de las instalaciones les va a dar condiciones para que sigan disfrutándolas. Entendemos que solos no lo pueden hacer, porque se requieren muchos recursos para reparar el pavimento y pintar. Sin embargo, hemos hecho los contactos y logramos conseguir los materiales y algo de mano de obra con una empresa privada. Pero es necesario que nos involucremos y entre todos podamos rescatar la plaza. Solo eso queremos, que ustedes participen. ¿Quién se anota? —preguntó Daniel a un grupo de jóvenes skaters y ciclistas urbanos que suelen rodar en una plaza de Los Dos Caminos, en Caracas.
La mayoría de ellos levantó la mano.
“¡Claro que sí!”, “¡Yo puedo!”, “¡Yo me anoto ahí!”.
Al escuchar esas respuestas, Daniel sonríe porque es el tipo de iniciativas que quiere promover. Eso es lo que hace: animar a la gente para que haga cosas, acciones concretas que les permita ver que es posible cambiar el entorno. Así, piensa Daniel, serán cada vez más conscientes de que no tienen que esperar sentados la ayuda de alguna institución del Estado.
Sin embargo, él está dispuesto a sentarse a conversar con quien sea para llevar adelante su propuesta de darle al deporte un sentido social; esos son sus temas: el deporte y el bienestar de las comunidades. Incluso sin importarle el asunto político. Por eso respondió a la llamada que le hizo Nicolás Maduro para felicitarlo por su medalla de plata en las Olimpíadas.
En el mes de octubre, estaba en Canaima para una exhibición. Debía volver a Maracay, donde tenía otros compromisos con la bicicleta. Pero el vuelo programado de Conviasa se retrasó y no iba a poder retornar. En la posada donde se estaba quedando conoció a un militar de alto rango que le sirvió de enlace para que abordaran un avión de la Fuerza Aérea que iba precisamente a Maracay. De este modo, pudo cumplir con el compromiso en la capital aragüeña.
—Solo reconciliándonos entre los venezolanos comenzaremos a sanar las heridas que tenemos como nación, algo que es muy necesario en este momento. Y yo quiero hacer un aporte desde el ciclismo —dice Daniel muy convencido.
Como sabe que las visitas al país serán más prolongadas o frecuentes, está buscando una casa donde pueda instalarse y tener un centro de operaciones, desde donde pueda atender su preparación física y promover el deporte.
Es un compromiso que ha asumido en serio, tanto como su propia carrera como ciclista. Quizá así pueda retribuir el amor que ha sentido que le da la gente cuando va a algún barrio y le piden que se tomen una foto. Es el mismo amor que él siempre ha sentido por Venezuela.
Eso, en este momento, es lo más gratificante en su vida.