En junio de 2017, la venezolana Susjes Mejías migró a Chile junto a su pareja, Carlos Varela, con quien tenía año y medio de relación. Estando allá los celos de él fueron incrementándose y fue así como un día, en medio de una agitada discusión en la que ella se asomó a la ventana a pedir auxilio, la asesinó a puñaladas. Mejías se convirtió en la quinta extranjera víctima de femicidio en ese país en lo que va de año.
Ilustraciones: Mario Giménez
La noche del viernes 3 de noviembre de 2017, Susjes Mejías había planificado asistir a una reunión en Santiago Centro, donde la esperaban unos amigos venezolanos que había conocido años atrás en Guatire, la ciudad satélite de Caracas. Se reunía con ellos a cada tanto, luego de reencontrarlos en Chile. Con 26 años, Susjes —a quien cariñosamente le decían Susy— llegó a este país en junio con la intención de trabajar para contribuir con el tratamiento oncológico de su papá, y de ahorrar para traer a su hijo de 6 años, a quien había dejado al cuidado de los abuelos, en Venezuela.
A las 8:30 de la noche, todavía no había llegado al encuentro, lo cual extrañó a los amigos que la esperaban. July, una de ellas, la llamó a ver qué pasaba, y Susy le respondió: “Carlos no me quiere dejar ir. Pero sí, yo voy, yo voy. Seguro”.
Fue lo último que supieron de ella. Nunca llegó.
Ellos continuaron con la reunión sin saber que a partir de ese momento Susy se enfrentaría a una pesadilla atroz. A las 10:00 de la noche, en el departamento de las residencias Vicuña Mackenna 1433 de Santiago Centro, donde vivía con su pareja Carlos Varela, Susy se asomó a la ventana para pedir ayuda a gritos.
Los vecinos escucharon el llamado de auxilio. Un señor del edificio de enfrente se asomó y vio, desde su ventana, cómo ella y Carlos discutían, pero pensó que pronto pasaría. Lejos de eso, la pelea se fue intensificando más y más. Los gritos de Susy eran fuertes, desesperados.
—Ayúdenme… auxilio —se desgañitaba.
Así que el vecino intervino.
—¡¿Cuál es el número de tu departamento?! —le gritó desde su ventana.
—¡El 1012, el 1012! —respondió Susy.
El vecino corrió entonces a avisar a la conserjería y, a continuación, llamó a Carabineros, la policía chilena. Pero cuando llegaron, en la madrugada del sábado 4 de noviembre, ya era tarde. Su cuerpo sin vida se encontraba en el piso con 13 puñaladas, y Carlos se enterraba en el tórax el mismo cuchillo con el que la había asesinado.
Susy egresó como comunicadora social de la Universidad Bolivariana de Venezuela, pero nunca ejerció. Se dedicaba a vender productos por su cuenta, a animar eventos infantiles, a pintar las caritas de los niños en parques y plazas. Se le daba bien, porque durante la adolescencia solía trabajar como recreadora en planes vacacionales y campamentos que duraban dos o tres meses.
Pero con los ingresos que obtenía de esos oficios informales se le hacía cada vez más cuesta arriba mantener a su hijo, fruto de una relación anterior. Y era inminente que debía ayudar a su padre a costear el tratamiento contra el cáncer que padece. Por eso comenzó a planificar la manera de irse del país. Chile fue su primera opción, porque aquí tenía muchos amigos en quienes apoyarse, y porque sentía que tendría buenas posibilidades laborales.
Con Carlos, de 31 años, Susy mantenía una relación desde hacía año y medio. Como él no quería irse de Venezuela, los planes de Susy provocaron su separación. Sin embargo, seguían en contacto mientras ella organizaba su viaje. En ese proceso, él terminó entusiasmándose con la idea de migrar, y retomaron el noviazgo interrumpido. Luego de un viaje por tierra que duró una semana, el 15 de junio de 2017, llegaron a Santiago.
Ella encontró empleo en el cafetín de una clínica de San José de Apoquindo, en el pudiente municipio Las Condes de Santiago, y a la vez se rebuscaba vendiendo perfumes por cuenta propia. Tenía ya el permiso de trabajo que otorga el Departamento de Extranjería y Migración, previo a la aprobación de la visa temporaria. Sentía que se estabilizaba.
Pero Carlos seguía cesante, así que solo contaban con el salario de ella. A Susy no le molestaba eso, porque —decía— entendía que para muchos migrantes era difícil conseguir trabajo empezando desde cero. Lo que sí le incomodaba eran sus celos, que al llegar a Chile se exacerbaron.
—Me tiene harta, cada vez me cela más y más. El otro día no me quería dejar salir; le tuve que decir, así por debajito: “Mi amor, anda, vamos juntos”, hasta que lo convencí. Le molesta cómo me visto, cómo soy con los demás, que vaya a fiestas. Esperaré que consiga un trabajo para dejarlo; así no lo estaría dejando en la calle, porque sé que no tiene a donde ir —le confesó Susy a su amiga July.
Como la pareja solía darse públicamente muestras de cariño, a July le extrañó. De hecho, no pensó que fuera grave. Es por eso que no se alarmó cuando, una semana después de ese comentario, Susy avisó que se había retrasado para ir a la reunión porque Carlos no quería dejarla salir.
Se quedó esperándola, como todos los demás.
Cuando la policía entró al departamento, había sangre en las paredes y en el suelo. Y allí, cerca del cuerpo de Susy, estaba Carlos herido. De inmediato lo trasladaron al Hospital San Borjas, a pocas cuadrar del lugar. Después llamaron a Ordep.
Ordep conocía a Susy desde Venezuela. Cuando ella llegó a Chile, él vivía en ese mismo departamento de Vicuña Mackenna 1433. Se mudó de allí y le propuso a ella que ocupara el inmueble. Como la conocía, se ofreció a recomendarla con la dueña y servirle de “aval”, una suerte de fiador que lo comprometía a correr con cualquier gasto asociado a la vivienda con el que ella no cumpliera. Así lo hizo y, para ayudarla más, le dejó la casa amoblada, de modo que ella no tuviera que gastar dinero comprando bienes.
Por eso Carabineros se comunicó con él para darle la noticia. Sorprendido y confundido, Ordep llamó a Josy, otra de las amigas en común, para preguntarle si su amiga y su pareja tenían problemas.
—No que yo sepa. Ellos están bien, ¿por qué?
—No, por nada —respondió él con nerviosismo y después colgó.
Pero a los minutos, todavía incrédulo, escribió al grupo de whatsapp de todos los amigos, y repitió la inquietud.
—¿Ustedes saben si Susy tiene problemas con Carlos?
Por la reiteración de la interrogante, Josy sintió que algo no estaba bien, así que lo llamó por teléfono.
—¡¿Pero qué pasó?! ¡¿Por qué preguntas eso?!
—No sé cómo decírtelo… Carlos mató a Susy.
El domingo 5 de noviembre el hijo de Susy celebraba su sexto cumpleaños. Mientras, en Chile, los medios le daban espacio a la noticia de la venezolana asesinada por su pareja: era la víctima número 35 de femicidio registrada en ese país en 2017; cinco de las cuales eran extranjeras. Susy era la única venezolana.
Luego de que lo atendieron en el hospital, Carlos fue trasladado al Centro de Seguridad 1 de Santiago. Allí está en prisión preventiva, bajo vigilancia constante pues las autoridades presumen que puede atentar nuevamente contra su vida.
Al enterarse del asesinato de su hija, los padres de Susy dejaron al nieto con los abuelos paternos y viajaron a Santiago. Formalizaron la denuncia contra Carlos. En dos meses será el juicio. Enfrentará el cargo de femicidio. La Policía de Investigaciones, que asumió el caso, presentó como prueba de ese delito los mensajes en los que Susy declaraba que su pareja le impedía salir y que la celaba: para la justicia chilena, esas son formas de violencia. De ser declarado culpable, de acuerdo con la legislación de este país, podría recibir una condena de 40 años.
Mientras avanza el litigio, los padres de Susy terminaron los trámites legales para repatriar el cuerpo de su hija.
Deseaban enterrarla en Venezuela, y así lo hicieron.